Vete, Satanás
- miércoles 16 de abril de 2014 - 12:00 AM
‘En la Semana Santa es cuando más carne como, triplico las pintas y me indigesto con los besos ajenos, y no le tengo miedo al cuentito de que el diablo anda suelto, ese ‘man’ anda suelto a diario, ese eres tú, tú y todos somos Satanás’, decía Ernesto a bocajarro frente a aquellos que ‘guardaban’ la fiesta santa y que le advertían del peligro del sexo con las mujeres ajenas.
‘Cuidado y se le queda trabada’, le dijeron varias, pero Ernesto soltó una carcajada burlona y les respondió:
‘Cuidado ustedes, que bien que ‘comen’ del plato ajeno y luego andan con su cara de santitas’. Un compañero también quiso prevenirlo y le contó de un conocido que llevaba 25 años mudo: lo sorprendió el afectado un día santo encima de su mujer y lo hizo tomarse un galón de cloro. ‘Es que ese tipo no tenía pantalones largos, para cogerle la mujer a otro se necesita talento y coraje, y ese perfil no lo tiene cualquiera, yo sí nací con ese chip’, respondió y se fue con una sonrisa de burla.
No volvió a recordar el asunto. A las diez de la noche entró al hogar de Zacarías, a quien minutos antes vio pasar rumbo a su trabajo de celador. Aida lo recibió recelosa y le dijo que por qué había venido. ‘¿Por qué, qué?’, fue la respuesta de Ernesto. La amante le recordó el día, y añadió con firmeza: ‘Me da miedo, Ernesto, ni con mi marido lo hago en estas fechas’.
‘No lo haces con él, pero conmigo sí, a mí no me lo vas a negar porque yo vine para eso y sin eso no me voy’, le advirtió con un ademán enérgico, pero Aida no se dejó intimidar y le reiteró un no rotundo. El rechazo lo encorajinó tanto que la sacudió mientras le gritaba ‘todavía no ha nacido la mujer que me lo niegue, y menos una quemona como tú’. Un trompón de ella siguió al insulto, luego, otro de él la puso en desventaja y supo que estaba en peligro, por lo que sacó un puñal que su marido guardaba debajo de la cama para cualquier intruso, según decía Zacarías: ‘Sé que eres una mujer fiel, pero el diablo es puerco’. No dudó Aida en hundirle el cuchillo a Ernesto, quien salió en estampida con la mano en el vientre para que no se le cayeran las vísceras. Corría siempre hacia adelante, pero, de repente, vio un montón de velas encendidas que parecían caminar solas. El dolor no lo dejaba pensar bien y, desesperado, se metió entre un rastrojo, sangrante y luchando para que nadie lo agarrara. Del grupo de la Procesión del Silencio salió uno vestido de blanco y logró sujetarlo. ‘Se nos va a desangrar este hombre’, decía, pero era poco lo que podía hacer, Ernesto lanzaba manotazos y gritaba: ‘Vete, Satanás, vete, por favor’. El grito se fue apagando poco a poco. Lograron llevarlo a tiempo a un hospital, donde le sanaron el cuerpo, pero no la mente, en la que quedó grabado para siempre el supuesto ‘encuentro’ con Satanás.