¿Una vaca de ocho patas?

Muchas anécdotas validan el refrán: Cuando la abuela llega, la disciplina sale huyendo por la ventana. Ariel llegó ...
  • jueves 15 de mayo de 2014 - 12:00 AM

Muchas anécdotas validan el refrán: Cuando la abuela llega, la disciplina sale huyendo por la ventana. Ariel llegó del hospital y pasó a los brazos de su abuela, una doñita que le puso la tortilla al revés y lo educó con mucho amor, pero con firmeza, de manera que desde niño sus pensamientos, palabras y acciones estuvieron bajo la lupa de los mandamientos. En esa condición de hombre honrado a carta cabal vivió hasta los 35 años, cuando vio pasar a Paola con su vaivén de caderas. La siguió hasta alcanzarla, para preguntarle si ya había viajado en el metro. Pronto supieron que estaban conectados, que tenían química, y se enredaron en un amorío extraconyugal.

Coincidió la etapa caliente del romance con el nombramiento, por su honradez, de Ariel como administrador de una finca, cargo que afrontó orgulloso. Su primer traspié llegó cuando Paola sacó las uñas y pidió ‘chenchén’. ‘La cosa es dando y dando, yo doy, tú das, necesito plata para la escuela de mis hijas, si no me pongo al día no las dejan hacer los exámenes’, argumentó, Y fue complacida a pesar de que la quincena ya iba cuesta abajo. Aunque Ariel se sintió incómodo por meter la mano en los fondos ajenos, pronto se le olvidó y tras esa acción vinieron otras y otras hasta que se hizo costumbre, lo que pronto advirtió el jefe, quien se rascaba la cabeza y se negaba a aceptar que su hombre de confianza estuviera robando. La ocasión de comprobarlo le llegó para el cumpleaños de su querida, una mujer de cuerpo contundente que lo volvió loco desde la primera vez. ‘Quiero una vaca para darles carne asada a mis invitados, que todo el mundo coma a reventar, para que vean que yo sí tengo un amante ‘cachimbón’, y que sea una res blanca, oíste’, le dijo la bella. Es una orden, dijo el jefe y llamó a Ariel, para que cumpliera el pedido. ‘Disculpa, Ariel, pero cuidadito y se te va la mano, perdona, pero yo soñé que tú estás sacrificando algunos animales sin mi permiso’, le dijo. Ariel sintió que le halaban las orejas hasta desprendérselas y fingió un dolor profundo por la duda, tanto que el otro se arrepintió y le pidió disculpas por haberle contado ese ‘sueño’ tan feo. Si vuelve a soñar eso me avisa, para renunciar, pidió el empleado con voz de llanto.

Anochecía cuando llegó el jefe a recoger la res descuartizada. Había andado un kilómetro cuando lo llamó la voluptuosa para pedirle que también le llevara las patas. Quiero darles también sopa de pata con arvejas, advirtió. Es una orden, dijo el amante y regresó a la finca. Dame las patas también, ‘esta’ las quiere, expresó a modo de explicación.

Ariel, que se bañaba apurado para salir y darse una vueltecita por donde la querida a gozar un rapidito, le ordenó a otro empleado que le empacara las extremidades de la res, orden que el hombre cumplió. Nadie verificó el paquete. Solo la amante, que gritó: esas patas negras, bótalas, sabes que no me gusta comer vaca negra.

El jefe corrió a ver el hallazgo: en un sacón de plástico había ocho patas, cuatro negras y cuatro blancas, prueba irrefutable de que Ariel sí le estaba robando…