Traición se paga con …
- miércoles 15 de febrero de 2017 - 12:00 AM
Nunca sabemos el día ni la hora en que nos van a poner cachos o en que nosotros los pondremos. A Jhony no le temblaba el miembro para ponerle cachitos a Reina, su mujer, que vivía con el pañuelo en la mano y rogándole a san Cachondo que le quitara las ganas a su marido, pero el buenazo de Jhony no se daba por vencido ni se conmovía por el rostro ojeroso y triste de la esposa. Las vecinas, que son como todo el género humano, ‘bravo y tajante para buscarle solución inmediata y sin vacilar ni temblar al problema ajeno', le decían que el mal se corta de raíz y que como Jhony ya se había pasado de la raya, lo único que cabía era sacarlo con la ley de la casa y asignarle una pensión bien gruesa para que se jodiera. El consejo vecinal se quedaba en eso, porque Reina conservaba la esperanza de que aquel cambiara y seguir ella disfrutando el mismo manduco, algo que no pasó y le tocó a ella acostumbrarse al sufrimiento y dejar la lloradera.
Volvió a llorar la tarde en la que le avisaron que su marido había sufrido un accidente laboral y que urgía la presencia de ella en el hospital, por lo que salió despepitada y llorosa. Estaba con aire de mujer sufrida en la parada cuando la vieron el vecino Emanuel y su mujer, que regresaban del súper. ‘La vecina está rara, vamos a preguntarle qué le pasó', dijo la esposa de Emanuel. Apenas los vio llegar a la parada, Reina se figuró que venían a darle alguna noticia irreversible, algo así como que su marido había muerto en el percance y que requerían la firma de ella para donar el pitongo a algún necesitado, ya que Jhony cada vez que se pasaba de pintas pregonaba que había firmado varios documentos en los que expresaba su voluntad de, en caso de morir en un accidente, donar su manduco para que siguiera poniendo a gozar a cuanta mujer se le pusiera enfrente. Se les abalanzó tan descompuesta que la misma esposa de Emanuel, cuando supieron el motivo de la cara fúnebre de Reina, le dijo a su marido: ‘Yo me voy caminando para la casa y usted vaya a llevar a la vecina al hospital, ella está muy nerviosa y no es bueno que vaya sola'. Y se fue raudo con Reina para el nosocomio, adonde le tocó también donar sangre porque Jhony requería con urgencia una transfusión. ‘No, no es nada de gravedad, apenas reciba la transfusión empezará a recuperarse y antes del fin de semana lo mandamos para la casa, no se preocupe, señora, que usted tiene marido para rato, pero si anda muy apurada, búsquese otro por mientras, usted sabe que el vientre alborotado no conoce el verbo esperar', le dijo cariñoso el galeno a Reina, que en el apuro salió con un trajecito que insinuaba la abundancia de su cuerpo. Salieron del hospital con destino directo a la casa, pero como Emanuel había donado la pinta, a Reina le pareció que eso merecía que ella le pagara la cena. En el restaurante se encontraron con una conocida de Reina, que le dijo ‘ay, Reina, qué cambiado está tu marido, ni parece el de antes', comentó la mujer que solo había visto a Jhony el día de la boda. El piropo le revolvió el abdomen a ella, y se sintió fugazmente dichosa porque alguien dijera que ese machazo era su marido. Fue muy cerca de la barriada de ambos cuando un borracho amagó con abalanzarse a la calle. ‘Mi madre', gritó Reina y se tiró en el regazo de Emanuel. En la acción tocó las partes nobles del vecino y las palpó como rocas. Las ansias viejas por el abandono de su marido quemón se le subieron a la cabeza y lo invitó a calentarle la cama. ¿Por qué no?, dijo Emanuel y se metió en el hogar ajeno a bajarle las ganas a la mujer del hospitalizado.