- lunes 10 de octubre de 2016 - 12:00 AM
‘A mí me pasan unas vainas', comentó Roger cuando su nuevo amor le dijo la fecha de cumpleaños. La carnuda Diana quedó arisca preguntando los porqués de lo dicho por el hombre que ilegalmente ella disfrutaba desde dos meses antes, pero Roger se amarró la lengua para no decirle que por esas coincidencias de la vida, ella y su esposa tenían la misma fecha de cumpleaños. El hallazgo pasó a mejor vida, porque la mala pasión posee un poder devastador, arrasa con lo bueno que hay en cualquier corazón y todo lo que va tocando a su paso lo contamina, de manera que del hogar del infiel huyen la paz y la alegría. Los primeros días del romance ilícito tuvieron la misma tónica de toda relación de pareja, pura felicidad, mucho sexo y la comprensión brotaba espontánea entre ellos, pero como la bondad no resiste mucho, pronto Diana empezó a sacar las uñas y a comparar lo que le daba Roger a ella y a la esposa, Sayda. Cuando supo que a ella le daba menos, se enfureció y esto los distanció por varias semanas, pero como dice el refrán ‘ese es el amor sabroso', y a los dos los dominó el deseo, por lo que no tardaron en sellar la reconciliación en la cama.
Mientras, le tocaba a Roger camuflarse para que en la casa no descubrieran su doble vida, aunque la realidad era que él mismo se delataba con el permanente malhumor hacia los del hogar; fue por esto que Sayda puso la demanda de divorcio, hecho que lo llenó de tristeza y preocupación. Decidió bajar la mano en las visitas a Diana, para que su mujer no siguiera con la idea de separarse. Afanado por contentar a Sayda, le pregunto qué quería para el cumpleaños; la bella pidió un celular carísimo, muy alejado del cero fondo que para ese fin contaba el marido dizque arrepentido. ‘Me tocará meter un tarjetazo', pensó Roger. ‘Me pasan unas vainas', repitió, ahora delante de los amigongos, ‘me dan esa tarjeta como de casualidad, y eso que yo me negué a cogerla, pero la señora esa insistió y como era tan amable', agregó ignorante de que a esos vendedores de ‘estrés' les importa un carajo nuestra salud mental y van por esas calles enredando a los de mente débil.
Esa tarde le contó a la amante que ‘le habían dado una tarjeta de cuatro cifras'. Diana escuchó y craneó enseguida: ‘Recuerda que mi cumpleaños es el lunes y quiero un celular fino, ultramoderno'.
‘Que me lleve el diablo por bocón, por qué carajo le dije lo de la tarjeta', pensó Roger toda la noche, pero el lunes, apenas abrieron los ce ntros comerciales, cogió rumbo para allá y metió el tarjetazo: un celular fino para su esposa, uno idéntico para él, porque el suyo ya estaba viejito y pelado y desfasado, y compró uno moderno, pero económico para Diana, quien salió a recibirlo muy oronda. Pudo ver, cuando él le dio el cartucho, que en el carro quedaban dos bolsas con regalos.
Se quedó con la piquiña, y esta aumentó cuando el amante le dio su teléfono, que no le agradó cien por ciento. Y se le metió entre ceja y ceja que una de las dos b olsas era para la mujer de Roger y que de seguro era un celular mucho más caro que el de ella. El pensamiento la martirizó; y se desquitó cuando Roger entró a bañarse tras el encuentro sexual. Rápida y hábilmente, le sacó la llave del carro, que él guardaba en el pantalón, y abrió el automóvil.
Nadie vio los movimientos de sus manos, pero cuando Roger le dio el regalo a su mujer, esta halló dentro del paquete un celula r baratón. Puso ella cara de decepción y él de angustia. ‘Este es el tuyo', le dijo Roger y le dio la otra bolsa. Sayda la abrió entusiasmada, pero dentro encontró algo peor: un viejo celular que solo Roger reconoció como el de Diana. No hubo explicación creíble…