Repítalo y lo mato, doctor
- jueves 02 de agosto de 2012 - 12:00 AM
Aunque ya Virginia tenía más de 18 años, sus padres, sobre todo el papá, Adolfo, seguían refiriéndose a ella como la niña, actitud que provocaba la burla de los vecinos, que sí sabían que Virginia ya andaba en actividades no muy virginales.
‘Mi niña irá a Londres, a representar al país en un deporte que no me acuerdo el nombre’, había dicho Adolfo meses atrás en una fiesta del barrio. Y allí se dio gusto repartiendo trompadas a diestra y siniestra porque una voz femenina, ya afectada por los tragos, había insinuado: ‘Será en el deporte del patiquiur’. Fue suficiente para provocar las carcajadas de los presentes, quienes se rieron tanto que algunos se iban al piso y otros se limpiaban las lágrimas, por lo que fueron blanco fácil de los bofetones que repartió el hombre mientras gritaba: ‘La niña mía la escogieron para ir a Londres porque ella sabe inglés, yo me jodí trabajando y la mandé a una escuela privada’.
Luego de ese conflicto con sus vecinos se enfrascó con una vieja del barrio, porque esta le dijo, en un juego de bingo: ‘Tíreme el número de las señoritas’, y él cantó 24. ‘Coño, Adolfo, te dije el número de las vírgenes’. Pues casi como si lo fuera, esa es la fecha de mi hija, respondió él y la vétera soltó una carcajada tan estrepitosa que despertó a la lora de la casa y provocó que la jauría pulgosa que dormía alrededor de la mesa empezara a ladrar. Adolfo miró con odio a la dama y le pegó con la bolsa de las fichas, luego haló el mantel, dejando en el piso un reguero de cartones, plata, celulares y granos de maíz y de poroto. Nunca más participó en los juegos de bingo.
Una tarde recibió la llamada de su esposa, anunciándole que llevaría a Virginia al doctor, pues no se sentía bien. ‘Allá las alcanzo en el hospital’, fue su respuesta.
‘Atiendan de primero a mi niña’, exigía con su vozarrón en el centro médico.
‘Hay que esperar el turno’, dijo una funcionaria. ‘Si a mi niña le pasa algo, yo la mato a usted y a todos los que aquí laboran’, le gritó Adolfo, pero aquella no le hizo caso y siguió en sus funciones.
Cuando le tocó el turno a Virginia, su padre tuvo otra trifulca, esta vez porque el doctor dijo que solo pasaría al consultorio la enferma. A halones y manotazos la esposa lo sacó de la sala.
Llevaba casi media hora de estar despotricando en contra del galeno cuando este salió y llamó a la mamá de la muchacha. Pase, señora, dijo el médico. ¿Y yo, yo que soy el papá?, vociferó Adolfo, pero el profesional lo dejó con la palabra en la boca y cerró la puerta.
Tuvo que venir un seguridad a pedirle, amablemente, que dejara la gritería o se vería obligado a sacarlo. ‘A mí no me saca ni el ministro de Salud, es más, ni siquiera el mismo loco me mueve de aquí’, le contestó Adolfo. ¿Ah, con que no? Ya veremos, dijo el seguridad y llamó a otros compañeros. En segundos rodearon al gritón, quien al ver que el policía cumpliría la amenaza se calló y se paró en una esquina, donde no estuvo mucho rato, porque salió su esposa y lo llamó.
Entró al consultorio corriendo como loco. ‘Dígaselo, usted, doctor, por favor’, dijo su esposa.
‘Sencillo, su hija va directo para la sala de parto’, anunció el galeno mientras llenaba un documento.
Fue sorpresivo e inmediato el ataque. Adolfo tiró al piso lo que encontró a mano. Entorpeció con sus pataletas la labor del camillero y de la enfermera que trasladaban a Virginia. Luego agarró al médico por el cuello gritando: Repítalo y lo mato, doctor.
Fueron las patadas del médico las que lo obligaron a aflojar la presión, de manera que les fue fácil a los seguridad rescatar al galeno.
Del hospital lo llevaron directo a la cárcel, donde deberá esperar varios meses para conocer a Adolfito.
MORALEJA: EL AMOR DE PADRES NO DEBE IMPEDIRNOS OBSERVAR CON OBJETIVIDAD A NUESTROS HIJOS.