¡Qué cambio!

Las experiencias de los caballeros cuentan que por instinto y desde siempre, la mujer conoce el arte de amar, una más, otras menos
  • sábado 13 de febrero de 2016 - 12:00 AM

Las experiencias de los caballeros cuentan que por instinto y desde siempre, la mujer conoce el arte de amar, una más, otras menos. Medea era experta en los movimientos pelvianos y otros detallitos que volvieron loco a Salvador, casado con Amaranta, quien llevaba años en esa lucha devastadora que enfrentan muchas mujeres sin darse cuenta de que dejan parte de su juventud en esa batalla que menoscaba su dignidad femenina.

La lucha intestina llevaba varios años: el rostro de Amaranta dejaba ver claramente las huellas del enfrentamiento con Medea, que en cada encuentro con Salvador ponía todo su arte en acción, porque el objetivo era llevárselo. Cada vez que las mujeres coincidían se desangraban con insultos que la esposa había aprendido a digerir, pero el día que Medea le gritó: ‘Yo soy la única que sé menearme como a Salvador le gusta, solo yo y únicamente yo conozco todas las fibras de su cuerpo y hasta adivino dónde, cuándo y cómo darle placer', se le cayó todo el ánimo y dejó de luchar, ella misma le arregló la ropa al marido infiel y este cogió rumbo enseguida. Esa misma noche, ya instalado en la casa de Medea, tal como ella había deseado y luchado durante diez años, le negó saladito porque él se acostó sin bañarse. La leona que él conocía en la intimidad pareció dormirse y no daba señales de despertar. No pasaba de unos polvitos flojos y la pelvis que a buen ritmo sabía Medea mover estaba estática. ¿Qué pasa?, preguntó Salvador una noche en la que, por petición de ella, él le instaló un acondicionador de aire, porque aquella se quejaba de que antes se desempeñaba mejor porque en los hoteles no hacía calor. ‘No pasa nada', respondió Medea y siguió leyendo su revista, acción que detestaba él y que ella sabía. ‘Ya no me compras cerveza para que me desempeñe mejor', le reclamó Salvador, pero ella, sin despegar los ojos de la lectura, le gritó ‘cómpralas tú, el problema es tuyo, no mío'.

No le dieron nada esa noche, y Salvador llegó al trabajo desvelado y envuelto en mil preocupaciones. Le contó el problema a un compañero de trabajo, quien le dijo ‘todas las mujeres son así de cabronas, mientras quieren que tú dejes a la de la casa son una cosa, pero apenas abandonas lo tuyo cambian y se vuelven puro dolor de cabeza, puros periodos largos y te atienden como si fueras un mendigo'. El comentario mostroseó a Salvador, y mandó para el mismo carajo al compañero, pero la duda se le quedó en el alma. Esa misma noche mandó a los hijastros temprano a la cama, apagó las luces y se metió con ella en el baño. Tuvo que bañarse solo, porque Medea no quiso nada ahí. ‘Me caigo y me lastimo mi rodilla de nuevo y qué pasó', fue la defensa de la mujer, que se acostó y fingió estar dormida cuando Salvador entró bañadito y afeitadito. ‘Mira, bebé, todo para ti', le dijo y la sacudió sensualmente.

Lo aceptó de mala gana apurándolo. ¿¿¿Cómo, cómo que me apure, dónde está la mujer ardiente, la que hasta se trepaba al techo si yo se lo pedía, que sabía tácticas para que me demorara más, dónde, coño, dónde está la otra Medea???, gritó y rabioso la jamaqueó.

La respuesta de Medea le bajó el pituco y el ánimo: Mira, Salvador, una cosa es hacerlo como amante y otra muy diferente hacerlo como esposa, dos roles distintos, carajo, y si te gusta, quédate y si no, coge camino.

El bravucón lloró toda la noche y al amanecer cogió camino para su antiguo hogar, donde ya Amaranta tenía un reemplazo que era puro vapor.

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Seductora: Solo yo sé hacerlo como a él le gusta.

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Cambios: Ese meneo era antes, cuando era la amante.