Prendas de más

Blas se sintió alborotado desde la madrugada, y acarició a manos llenas la cuca de su mujer, pero ella le soltó un soplamocos
  • martes 06 de septiembre de 2016 - 12:00 AM

Nadie experimenta en cabeza ajena, por lo que vano resulta aconsejar al que le cuesta entender que el guaro arruina la tranquilidad, la cartera, la vida familiar y el organismo. Cierto es también que de las pintas a la cama hay un trecho corto, y que el sábado es un día peligroso, porque la mujer del diablo sale por esas calles a tentar a los casados, activándoles la libido para que no puedan resistirse a ninguna de las tentaciones que habrá a lo largo del día, con mayor intensidad antes del mediodía, que es cuando se alborotan las ganas de mujer de unos y de plata de otras, creando la mancuerna perfecta para abarrotar los lugares esos donde se desgajan los suspiros y se vierten los líquidos ancestrales.

Blas se sintió alborotado desde la madrugada, y acarició a manos llenas la cuca de su mujer, pero ella le soltó un soplamocos y no le hizo caso ni cuando él le mostró su miembro soberbio y más erecto que un militar en desfile.

El desprecio de ella lo encorajinó y le gritó: ‘Te juro por la memoria de mi mala madre que nunca más vuelvo a pedírtelo y que estas ganas me las quito antes de que se acabe el día, así tenga que pagar'.

Salió sin desayunar y con ganas de fulminar a media humanidad, pero su instinto de vida desplazó el disgusto y a media mañana bajó a desayunar a la cafetería de la empresa. Saludó a una compañera y entablaron conversación acerca del divo recién fallecido. Fue como darle gusto a la mujer, que le soltó toda la historia. Cuando ella terminó de narrar, descubrió que Blas lloraba a lágrima viva, por lo que la bella se levantó y le recostó la cabeza en sus tetas descomunales hasta que cesó el lloriqueo y Blas le contó que la historia del difunto era similar a la suya, solo que él no nació con el talento para el canto. No supo Blas si fue porque la vida no lo incluyó a él en la lista de los amamantados, pero siempre había admirado los senos grandes, y el haber estado recostado en la pechonalidad de la compañera le despertó de nuevo las ganas frustradas al amanecer. Pronto cuadraron una salidita a las dos, solamente ‘a pintear'. Se fueron unos minutos antes ‘porque la garganta estaba seca'. Apenas ella subió al auto se quitó un chaquetón que siempre usaba, dejando a la vista un suéter diminuto que mostraba casi por completo unos senos del tamaño del mundo que él no dejó de mirar mientras pinteaban.

Las tetas de feria de ella y las pintas los llevaron a un hotel, donde todo fue bueno. Blas desahogó las ganas que llevaba desde el amanecer y pudo, por fin, practicar otras posiciones, muy diferentes a la única que se practicaba en casa. Salieron casi a las siete y Blas la miró hasta que subió al taxi, asombrado todavía de la ‘existencia' de mujeres que lo menearan tan sabroso y de esposos que no cuidaran a sus cachondas esposas. Manejaba tan distraído en los momentos vividos que no se percató de que un carro lo seguía. Así llegó a su hogar y bajó silencioso, pensando en desempolvar un catre viejo y acomodarse en la sala mientras se definía lo del divorcio. Ya entraba a su casa cuando se dio cuenta de que otro auto se detenía allí. Enseguida bajó vuelto el diablo un hombre de edad similar a la suya que le reclamaba por haberse metido toda la tarde con su mujer a un hotel. Blas se defendió negando todo. La bulla atrajo a su mujer y a sus hijos, que afuera presenciaban la discusión. Uno acusaba y otro negaba hasta que aquel caminó hasta el carro del acusado y sacó el chaquetón de la bella, y se lo pasó por los ojos a la familia completa, mostrando también el gafete con los datos de la mujer que horas antes había puesto a Blas a ver estrellitas moradas en la cama.

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Peligro: Las pintas y la cama prohibida son muy amigas.

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Macabra: Solo tiento a los casados

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