Ponle fecha ya
- lunes 27 de noviembre de 2017 - 12:00 AM
Cuando conocí a la mujer que sí me puso a vivir en la intimidad, ya era demasiado tarde, llevaba varios años casado y sufriendo el mal crónico del aburrimiento sexual, a mi esposa nada la entusiasmaba en ese aspecto, para ella el matrimonio significaba tenerme la ropa limpia, la comida y los chiquillos al día, pero en el sexo yo era, prácticamente, un huérfano, uno más de los muchos que padecemos el mal de la orfandad conyugal, pero como era con ella con quien había formado mi hogar me la aguantaba y estaba dispuesto a mantener la unión familiar, pese a mis insatisfacciones. Por esa razón mantenía en la clandestinidad una relación con Gaby, quien vino al mundo con esos atributos físicos que a los hombres nos vuelven locos, y eso ella lo sabía, porque yo se lo decía y se lo demostraba cada vez que nos encontrábamos, me quedaba con el ojo cuadrado cada vez que ella, con esa sensualidad que derrocha la mujer cuando está en el papel de la otra, se desnudaba lentamente delante de mí. En esos momentos que yo pasaba en sus brazos me olvidaba de mi esposa, de mis hijos, de mi hogar y del mundo.
Pero Gaby se cansó de vivir oculta, de que yo solo la llevara al hotel y de allí cada uno para su casa, y me emplazó, esa tarde no se desnudó, apenas entramos al cuartito refrigerado me dijo: ‘Tienes hasta el quinto día del séptimo mes para decírselo a ella, le hablas o se acaba esto, ya estuvo bueno de estar yo escondida como si fuera la más fea del mundo'. Yo traté de confabularla con la promesa incumplible de un viaje los dos juntos a Dubái, pero ella ni caso me hizo, se levantó y me señaló con el índice: ‘Ponle fecha ya'. No pude convencerla, ni con un llantito triste que me costó mucho sacarlo, así que esa vez pagué por gusto el hotel, no me lo dio y me advirtió que no me lo daría más si no bajaba a mi esposa de la nube, aclarándole que no era la única en mi vida.
Pasó el mes anterior al del plazo con esa negativa, firme en su empeño, escribiéndome a cada rato para preguntarme si ya había hablado con mi esposa. ‘Todavía no se me ha vencido el plazo', le contestaba yo afanado por ganar tiempo y por convencerla de que fuéramos al hotel a regocijarnos. Cuando comprobé que Gaby hablaba en serio empecé a preocuparme, cada día que pasaba era una tortura para mí, porque sentía que la perdía lentamente. No era fácil decirle a mi esposa que yo llevaba años engañándola, además de que esa revelación implicaba un riesgo alto de perder mi hogar, realidad que tampoco me cabía en el pecho. La idea de que mi amante me dejara para siempre también representaba otro dolor y una preocupación del tamaño del mundo. Cuando vi caer las últimas horas del sexto mes, me desesperé y mientras estaba en el trabajo, la presión se me rebeló, me puse tan malo que mi jefe me llevó al hospital, donde estuve varios días, porque no podían estabilizarme, a la preocupación del posible abandono de Gaby se unió otra casi peor: no supe cómo mi celular quedó en manos de mi jefe, quien, apenas llegó mi esposa se lo entregó, y el temor de que ella lograra abrirlo me torturaba.
Como mi esposa iba todos los días a verme al hospital, con su cara sonriente, no sospeché nada, así que, cuando me dieron salida y ya estaba yo listo para volver a la casa, ella se presentó con una maleta. ‘Aquí está toda tu ropa, ya leí en tu teléfono tu linda historia de amor, ocho años engañándome', me dijo y se fue. Tuvo mi padre que ir a buscarme, y ahora mi preocupación única es recuperar mi hogar, lo que solo lograré cuando ‘convenza a mi esposa de que lo que está en mi teléfono no lo escribí yo'.