El monstruo que asesinó a una niña, muere por inyección letal

46 años pasó el “corredor de la muerte”
  • lunes 15 de diciembre de 2025 - 11:15 AM

La tarde del jueves 20 de noviembre de 2025, cuando los últimos rayos del sol parecían sangrar sobre los muros grisáceos de la prisión estatal de Florida, un murmullo inquieto recorrió los pasillos blindados del penal. A las 18:00 horas en punto, mientras afuera los escasos manifestantes intercambiaban consignas que se perdían entre los pinos, Bryan Frederick Jennings, de 66 años, dio su último paso en el corredor de la muerte.

El exmarine, que durante décadas negó, apeló y renegoció su destino, se convirtió esa noche en la decimosexta ejecución del año en el estado.

El soldado que regresó a casa con un demonio al hombro

En 1979, Jennings tenía apenas 20 años. Regresaba temporalmente del Cuerpo de Marines, pero quienes lo vieron aquel 11 de mayo aseguran que traía en la mirada un brillo inquietante, algo que sus propios mandos militares habían pasado por alto. Ese viernes, el condado de Brevard no imaginaba que la calma suburbana estaba a punto de desgarrarse.

Según los registros judiciales, Jennings rondó la casa de los Kunash poco antes de la medianoche. Nadie lo escuchó acercarse. Nadie lo vio arrancar la mosquitera del dormitorio donde dormía la pequeña Rebecca, de apenas 6 años, ajena a cualquier sombra. Sus padres estaban en otra habitación, confiados en que su hija descansaba bajo la tibia luz de la lámpara infantil.

Lo que ocurrió después quedó cincelado para siempre en los expedientes policiales y en la memoria del condado: un secuestro silencioso, un coche acelerando hacia la espesura y un canal convertido en tumba improvisada. La niña fue hallada muerta ese mismo día, y el condado nunca volvió a dormir igual.

El cerco policial: un hombre que calzaba la culpa

Jennings cayó bajo custodia por algo trivial: una simple infracción de tránsito. El destino, sin embargo, parecía haberlo colocado en el camino de la policía con una sincronización casi siniestra.

Un testigo describió a un hombre cerca de la casa de los Kunash aquella madrugada. Las huellas de zapatos halladas en el dormitorio coincidían con las suyas. Sus huellas dactilares estaban en el alféizar de la ventana por donde Rebecca fue arrebatada. Y su ropa, al igual que su cabello, seguían empapados, como si hubiera regresado de una lucha contra la propia noche.

En cuestión de horas, todas las piezas encajaron, no a la perfección, sino con la fuerza bruta de un rompecabezas armado por el horror.

Tres juicios, tres veces el mismo veredicto

La historia judicial del caso Jennings es una cadena de regresos al mismo punto:Doble condena anulada. Tercer juicio. Tercera pena de muerte.

El proceso, que se extendió durante años, se convirtió en una herida que el sistema judicial de Florida intentaba cerrar una y otra vez sin éxito. Cada apelación levantaba viejos fantasmas y alimentaba debates sobre garantías constitucionales, fallas de representación legal y, según grupos opositores a la pena capital, una maquinaria judicial que parecía perder oxígeno con el paso del tiempo.

El miércoles previo a la ejecución, la Corte Suprema de Estados Unidos rechazó su último recurso. La decisión cayó como un hachazo final: Jennings estaba fuera de tiempo.

Su abogado aseguró que el condenado había pasado meses sin defensa, en violación clara de su derecho a asistencia letrada. También subrayó que no había tenido una audiencia de clemencia desde 1988, algo que consideraban una aberración procesal. Un grupo activista, Floridians for Alternatives to the Death Penalty, denunció que la selección de Jennings para ser ejecutado esta semana respondía más a “una coyuntura política favorable” que a criterios legales.

Pero ninguna voz, ni siquiera la más encendida, logró abrir una grieta en el cronograma del corredor de la muerte.

La caminata final

A las 17:58, dos minutos antes de que la inyección letal fuera preparada, un funcionario del penal se secó el sudor de la frente. No hacía calor, pero el ambiente tenía esa vibración densa que acompaña a los eventos sin retorno.

Jennings avanzó escoltado. Sus manos no temblaban, aunque su respiración era pesada, como si cargara en los hombros todo lo que nunca dijo. Algunos testigos observaron que sus ojos vagaban de un rostro a otro, incapaces de permanecer quietos, como si buscara una señal que lo liberara en el último instante.

La camilla esperaba, blanca e indiferente.

Un funcionario, encargado de supervisar el proceso, declaró momentos antes en voz baja —casi para sí mismo, casi para espantar sus propios demonios—: “La justicia tardía es justicia denegada. Pero si sinceramente creyera que alguien es inocente, no apretaría el gatillo”.