Una pasión otoñal
- miércoles 25 de enero de 2012 - 12:00 AM
El dinero hay que saber ganarlo, saber gastarlo y saber despreciarlo. Así pensaba ella, que siendo una adolescente sufrió el primer revés de la vida, cuando su padre, deslenguado e ignorante, le gritó ‘prefiero verte convertida en una puta antes que casada con ese borracho’, para referirse a su primer novio, un muchacho de su edad, del que la obligó a apartarse. Tras la despedida, ella sufrió mucho y juró nunca más volver a mirar a otro hombre.
Pero una mañana en la que iba por las calles de su pueblo, lo vio, y lo vio acompañado. Luego supo que recién se había casado y ya no quiso saber más.
A partir de allí decidió ser prostituta.
Y empezó a enredarse con hombres mayores, porque a esos podía
despacharlos rápido y pagaban mejor y enseguida.
Y la comunidad, que tan pendiente vive de los que están jodidos, le apodó ‘Eladia’, por su afición a los véteros.
‘La plata no es vieja ni arrugada’, le decía ‘Eladia’ a sus amigas que tanto la criticaban por su clientela mayor. Un día en que regresaba del súper la abordó un pelaíto, para decirle que don Lacho, el más rico del pueblo, quería hablar con ella. ‘Dile que no tengo nada que hablar con él’, le mandó a decir, pero el viejo siguió insistiendo y aumentando cada vez más la cantidad que pretendía pagarle, tanto más ofrecía el viejo, más crecía el desprecio de ‘Eladia’ hacia la plata de don Lacho.
El acoso del viejo llegó a tanto que le ahuyentó la clientela, pues empezó a meterle miedo a los otros, diciéndoles que se rumoraba que ‘Eladia’ ‘estaba contagiada’. La primera reacción de ‘Eladia’ fue de rabia, pero luego armó un plan para vengarse. Dejó pasar dos semanas y salió a la calle, con un vestido tan sexi que dejaba ver un tercio de sus pechos abundantes y sugería sus formas generosas. Pasó por donde sabía que podía encontrarlo.
Las miradas tristes y cansadas de todos los jugadores de dominó se volvieron hacia ella con admiración, unas, otras, con la resignación propia de quienes están conscientes de que ya ninguna puede ‘revivirles’ ese muertito.
Bastó una señal para que don Lacho soltara sus fichas, atraído por las tetas que luchaban por ganarle la partida al sostén y salirse del todo.
‘Cuándo nos quitamos las ganas’, le dijo ‘Eladia’. El viejo se llenó de tanta emoción que no pudo contestar, porque las lágrimas le turbaron la vista y le cerraron dolorosamente la garganta. Más tarde, con otro pelaíto, le mandó una nota avisándole la hora, lugar y cuánto estaba dispuesto a pagar.
‘Eladia’, perfumada y con ropa sexi, entró a la habitación, en una casa retirada y a la orilla de una quebrada, donde don Lacho la esperaba semidesnudo y anhelante de caricias frescas. ‘Eladia’ le tomó una mano y, para calentarlo, la pasó dos veces, como sobando, sobre sus tetas faraónicas. Enseguida sacó una venda y, ante el asombro de él, le dijo que era parte del juego. ‘Algo diferente, sexo de jóvenes, pero que también pueden disfrutar los viejos’, le dijo con respiración entrecortada, para que él creyera que ella de verdad estaba jugando. ‘¿Quiere sexo oral?, le preguntó. Don Lacho no entendió, pero en cuanto ‘Eladia’ le explicó qué era, se entusiasmó tanto que se quitó su pantaloncito, se sentó en un taburete y permitió que ella lo amarrara fuertemente. ‘Primero yo se lo hago a usted y luego es su turno’, le dijo ella, que solo le pasó, breve y suavemente, la mano por la entrepierna antes de salir sigilosamente y echar a correr hacia su casa, donde solo recogió su maleta y se marchó para siempre del pueblo.
Unos pelaos que iban a tumbar mangos oyeron los gritos de don Lacho y acudieron a ayudarlo. Y fueron ellos los que recibieron el pago que iba a cobrar ‘Eladia’, quien se dio el lujo de despreciarle su plata.