Tú no vas para ningún lado

Al otro le tocaba ir a buscar a Romiro a la misma casa, para que Renata viera que era una fiesta inocente
  • domingo 01 de julio de 2018 - 12:00 AM

Brenda se puso feliz cuando Romiro le confirmó que sí participaría en la fiesta de los padres de ella que celebrarían por todo lo alto las bodas de zafiro. La familia completa compartió su dicha y cuando ella les planteó que necesitaba dos voluntarios para ayudar en el trámite del permiso de Romiro, varios primos levantaron la diestra, a uno le tocó llamar a la casa del invitado especial para decirle a Renata, la mujer de Romiro, que él era el compañero Zacarías y que los invitaba a los dos a la pachanga de sus progenitores; ‘no, gracias, yo estoy de duelo', dijo Renata, y el hombre le dio unas condolencias sin fundamento y cerró.

Al otro le tocaba ir a buscar a Romiro a la misma casa, para que Renata viera que era una fiesta inocente y que había mucho interés de los compañeros por contar con su marido en la rumba. Por eso, ella empezó a sospechar, pasó la semana observando a Romiro, que se mantuvo implacable, ningún error ni dormido ni despierto, y en la intimidad estuvo puntual, en la prueba de dureza, Romiro salió excelente, el miembro estaba tan duro que ninguna mujer hubiera pensado que horas antes había estado en otras profundidades.

Hasta el miércoles, Renata desechó la posibilidad de que Romiro tuviera interés en ir a esa fiesta a encontrarse con otra, pero el jueves lo encontró lo encontró en el baño practicando un baile con la escoba, y supo de inmediato que había otra en el panorama. Esa noche se lo negó, y contrario a otras ocasiones, Romiro no se disgustó, ‘Ok', le dijo y se durmió de inmediato.

En el afán de animarlo a que pensara que ella no sospechaba nada, llamó al hindú, y el viernes lo recibió cariñosa dándole un perfume, con la excusa de que había recordado que él no tenía, y no veía bien que alguien fuera a una fiesta oliendo a la misma fragancia de cualquier día.

El regalo calmó todas las angustias de Romiro, quien el sábado de la fiesta se levantó más temprano que nunca y se puso el delantal, y se dedicó a lustrar la casa y a cocinar, para liberar un poco la carga de remordimiento que lo agobiaba. Así pasó el día, Romiro limpió más que la hormiguita y cocinó los tres golpes como si fuera el mejor de los chefs. En la tarde hizo una siesta corta, que terminó cuando Renata le preguntó: ‘A qué hora es la fiesta', y Romiro, por vez primera en todo ese día, la miró de frente y le contestó que las diez lo vendrían a buscar. Renata sonrió con esa sonrisa que parece una mueca, dejándolo con la sospecha doble de que ella estaba sospechando que la fiesta no era tan inocentona como la planteaba Romiro, quien a las siete en punto no pudo con el cansancio de la limpieza del hogar y el de haber preparado las tres viandas, y se quedó dormido .

Despertó sobresaltado por la bocina de un automóvil estacionado frente a su vivienda, y corrió a bañarse. Salió raudo a vestirse, pero halló su guardarropa vacío, busco en el cesto de la ropa sucia y le pasó igual, corrió a las gavetas y no halló ni una media ni un calzoncillo, nada. En dos zancadas llegó a la lavandería y rebuscó en la lavadora, pero tampoco encontró ahí una pieza para ponerse.

Fue cuando reparó en los tanques de guardar agua, ahí estaba toda su ropa en una solución de cloro y jabón, a millón sacó dos piezas y las tiró a la máquina para exprimirles toda el agua, dispuesto a ponérselas así y que se le secara encima. Casi enseguida reparó en que toda la ropa estaba hecha jirones, era en vano cualquier esfuerzo. Pensó irse en toalla y que alguien le prestara ropa, hasta trató de ponerse la ropa de su difunto suegro, que Renata aún guardaba, pero en eso llegó ella y le gritó iracunda, con el índice apuntándolo: ‘Tú no vas para ningún lado'.

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: A veces, el traidor se hace más daño a sí mismo que al traicionado.