Un obsesivo amor

A bilio había dicho que si no era de él no era de ningún otro desgraciado, refiriéndose a la hermosa Tahis, quien no solo era dueña de l...
  • miércoles 14 de noviembre de 2012 - 12:00 AM

A bilio había dicho que si no era de él no era de ningún otro desgraciado, refiriéndose a la hermosa Tahis, quien no solo era dueña de los rellenitos que tanto corretean los panameños, también tenía un cuerpo delgado y firme, todo de fábrica, puesto ahí por la misma Natura. ‘No como algunas que los mandan a hacer en laboratorios’, decía ella cuando los manes ojones le gritaban: ‘Hey, mami, todo eso es tuyo’. Fue una mañana en la que ella pasaba frente a una fonda, con su canasta de empanadas de queso, rumbo a una construcción donde vendía su mercancía calientita, que un camionero la llamó para preguntarle una dirección.

Tras muchas repeticiones, el hombre entendió qué calle debía tomar para llegar al sitio que buscaba. Al día siguiente la esperó y le compró la canasta completita de empanadas, y aprovechó para preguntarle por qué una mujer tan linda se dedicaba a vender comida en lugar de estar en casa en una vitrina de exhibición. Lo dicho por el camionero le hizo tanta gracia a la hermosa Tahis que le amagó en broma, con tan mala puntería que le dio allí mismo, allí donde no se le pega a un hombre. El incidente le robó la paz y desde esa noche empezó a parecerle insípido, sin gracia, feo, sin sabor y todos los despectivos que encontró para su pobre marido, de quien empezó a alejarse cada noche, las que dedicaba a soñar con lo que prometía el camionero, a quien no había vuelto a ver.

‘Me voy’, le dijo a su marido una tarde y así lo hizo, pese a que el hombre se le pegó a las rodillas, hincado, llorando a lágrima viva y suplicándole que no lo dejara o que, por lo menos, le dijera por qué.

‘¿Tienes otro?’, preguntaba el infeliz entre las pausas del llanto.

‘¡¡¡NO!!!’, contestaba Tahis, y decía verdad, porque el otro que tenía solo estaba en su mente y en sus sentidos. ‘Pero igual te da que yo no tenga otro, porque de todas maneras me voy’, le dijo al pobre que ya estaba ronco de llorar. Y se fue. Regresó al hogar paterno, donde siempre los hijos tienen un lugar.

Y fue cuando empezó el calvario de Abilio, quien se dedicaba a espiarla día y noche, con la idea de segarle la vida apenas viera que había otro man suplantándolo. Llevaba seis meses en ese infierno cuando supo que su exmujer andaba en amores con un camionero. Y enseguida soltó la amenaza: ‘Le voy a soltar plomo apenas lo compruebe con mis propios ojos; si no es para mí, no es para ningún otro desgraciado’, dijo a bocajarro frente a unos chiquillos que jugaban en la parte externa del minisúper cercano a la casa de los papás de Tahis.

‘Dijo que la va a matar’, le dijeron los cinco pelaos que oyeron la vaina al papá de la ex de Abilio.

‘¿Eso dijo, están seguros?’, preguntó el viejo y le soltó un dólar a cada informante.

Dos días después, una vecina llegó a la casa de los papás de Tahis con la cocoa de que Abilio llevaba rato en el minisúper. ‘Ya se ha tomado veinte sodas, está como esperando a alguien’, dijo la veci, y siguió hacia su casa con una bolsa de guineos, dispuesta a hacer un montón de duros. Había pelado el último banano cuando escuchó la algarabía y vino corriendo a la tienda.

La gente corría de un lado a otro, aterrada y contando el cuento a su manera. ‘Lo agarró desprevenido y zas, lo mató’, decían unos mientras otros afirmaban que ‘no lo dejó ni defenderse, sin mediar palabra lo mandó para el otro lado.

La multitud se quedó allí a ver partir el carro fúnebre con el cuerpo de Abilio.

‘Primero se queda la mamá de él sin hijo que mis nietos sin madre’, le dijo el viejo a los policías que vinieron a atender el caso.

MORALEJA: EL QUE AMENAZA DE MUERTE A ELLA SE EXPONE.

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