Ñata perdida

Pablo casi suena a la hija preñada, porque Abril pasaba el día con su plegaria: ‘Por favor, Diosito, que mi bebé salga blanco'
  • martes 18 de octubre de 2016 - 12:00 AM

Pablo casi suena a la hija preñada, porque Abril pasaba el día con su plegaria: ‘Por favor, Diosito, que mi bebé salga blanco'. La acompañaban en las ‘oraciones' sus dos abuelas, quienes en su juventud se tiraron varios negros, pero habían tragado pastillas para no darles descendencia. Ambas habían hecho un estudio exhaustivo de las probabilidades de que el bisnieto saliera blanco. ‘En mi familia todos somos fulos', pregonaba Fany, evidenciando con sus palabras el escaso alcance de su mentalidad. ‘Lo mismo digo yo y que conste que somos blancos de Castilla, no como algunos que pregonan ser blancos, pero no aguantan una auditoría de genes, porque son blancos aindiados o de pelo duro', decía Gladys, poniendo a la luz del mundo su mente estancada en la Edad Media, cuando se les daba importancia a esos detalles étnicos.

Fueron ellas las primeras en subir a ver al bisnieto, aún no habían llegado ni los padres de Abril ni los del marido de esta. Apenas el seguridad dio la orden, las dos salieron casi que en estampida; repartiendo codazos y empujones, y amparadas también en su edad lograron ser las primeritas en meterse al ascensor. Al vigésimo piso llegaron agarraditas, pálidas, con la respiración entrecortada y sin habla.

En ese estado, más abrazadas que antes y con los ojos cerrados mientras mascullaban plegarias esperaban que viniera una enfermera a traerles al bebé. ‘Ninguna me pone atención a mí, que fui la que puso el sufrimiento para darles ese bisnieto', gritaba Abril, pero las dos viejas, a punto de desmayarse, estaban atentas a la persona que se acercaba con una cunita.

‘Padre Eterno, Santo Cielo' y ‘Dios, fiel y misericordioso por los siglos de los siglos', gritaron cuando arrebatadas pudieron ver al niñito. Ambas rompieron en un llanto sin gracia ante la mirada de odio de la abuela paterna del nieto, a quien apenas habían dejado acercarse porque ellas no dejaban de mirar al niñito blanco como la leche.

‘Cuida'o, pues, en el camino se tuesta el pan', dijo Pablo, el papá de Abril, y las dos doñitas se volvieron iracundas a mirarlo, pero no siguieron porque alguien dijo que el bebé había abierto los ojos y que estos ‘no eran negros'. ‘Esos ojos gateados son de mi familia', gritó Fany, y la rival Gladys ripostó con que en su familia también había ojiverdes y ojizarcos. ‘Paren la fantochería, que mi papá era un moreno dominicano de mirada clara', dijo el papá del bebé y lo gritó con tanta molestia que las dos doñitas se callaron.

‘Salió blanco', les decían a quienes llegaban a ver al bebé de Abril, y la suegra de esta las miraba sonreída, nada delataba las ganas de fumigarlas que sentía. Cuando la madre pidió que le dieran el niño para cargarlo, Fany y Gladys corrieron a sacar al infante de la cunita. ‘Yo lo saco, yo misma', dijo una y ‘Permiso que me toca a mí por ser la bisabuela materna', agregó la otra y armaron las dos un tranquecito frente a la cuna. ‘Apártense que yo soy el papá', dijo el otro y con un empujoncito suave las puso fuera de acción.

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