A mí nadie me ningunea

- martes 03 de julio de 2018 - 12:00 AM
El pobre Eric ya ni recordaba cuándo había sido la última noche en que su mujer, Cristel, lo había recibido en la intimidad. La dama, sin tomarle opinión, clausuró la cama matrimonial y le dijo tajante: ‘Que te que quede bien claro que a mí me sigues respetando como lo que soy, tu esposa, tú me entiendes, yo sigo siendo yo'.
Eric supo enseguida que no podría darse ningún gustito por fuera, porque de hacerlo y enterarse Cristel significaría que lo sabrían sus hijos, quienes nunca se lo perdonarían. Ya había tenido un tejemeneje con ellos cuando, para presionar a su mujer para que se lo diera de nuevo, le dijo que le recortaría la plata de la comida.
Se armó un alboroto del tamaño del pecado del adulterio, Cristel se lo dijo a los muchachos, y a él le aclaró: ‘No se le ocurra darme menos plata, una cosa es su deber de mantenernos y otra cosa es el temita ese del sexo entre nosotros, nada tiene que ver uno con lo otro'.
El incidente significó el fin de la lucha de Eric, quien, ya jubilado, conoció a Dunia, quien lo encendió apenas la vio sentada al lado de él en su carro, y quedó como un cañón. Las ganas reprimidas por tanto tiempo, le dieron un ímpetu que confundió a Dunia al punto que no dudó en preguntarle si quería mudarse para la casa de ella para poder tener sexo a toda hora y en una cama, porque Eric no se animaba a llevarla a un hotel por temor a que sus hijos anduvieran también por esos lares y lo pillaran.
‘Esos cabroncillos irían de una vez con el cuento donde su mamá', pensaba, pero el placer, casi que nuevo para él, lo confundió, y cuando la amante le propuso la mudanza no lo meditó y se fue con ella, que a sus amigas les decía: ‘Eric está canoso, pero es un cañón, tiene un ímpetu, unas ganas, un aguante, su vaina está como una cantera, si no hubiera visto su cédula ni su cara yo diría que es un adolescente, cuando él dice hacerlo hasta yo me veo a lo cortito, lo tiene como buen palo de escoba', les decía Dunia a las amigas que la previnieron de no arriesgarse a llevarse un susto con el viejo, asegurándole que esa virilidad vendría por algún exceso de quién sabe qué pócima o pastillas.
Dunia, que andaba húmeda todo el día y a veces a Eric se le complicaba salir, porque la esposa pasaba ojo al Cristo, lo apuró con la antigua estrategia: ‘Si no te vienes para mi casa te dejo, a ver con quién lo vas a hacer'.
La treta funcionó, porque ese martes negro para Cristel, su marido no amaneció en la casa. A las siete llamó a los hijos, quienes rastrearon al padre y este les comunicó que el divorcio era un hecho y que ninguno se atreviera a joderlo y menos irlo a buscar.
‘Estoy viviendo a toda hora del día, acá no me ningunean como hace la madre vuestra, estoy vivo', les dijo indiferente a la agonía de Cristel, que duró dos semanas porque, a los catorce días de luna de miel, le vino a Eric la catástrofe, el ímpetu de los primeros días se le fue apagando, por más que trataba apenas lograba una erección mediocre que era más fugaz que el cariño hipócrita. Y Dunia se llenó de ira porque el marido ya no le servía. ‘Puro cuadro, me confundiste, ya se te cayó esa vaina, lárgate de aquí, tú ya estás para dormir solo', le gritó, y en la lluviosa noche corrió Eric a buscar refugio en su hogar, donde, al igual que la viuda del cuento El gallo Vicente, lo esperaba Cristel, quien le escuchó toda la perorata de disculpa, pero al final le gritó: Yo no soy dios para perdonarte, así que lárgate por esa hp puerta, sal ya o llamo a la Policía. Echado por segunda vez, caminó Eric, deseando que un huracán se lo llevara a la Antártida.
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Cruel: ‘¿Tan rápido se te murió ese pájaro?'.