Mujer, tsunamis sexual
- martes 21 de septiembre de 2010 - 12:00 AM
Era una mujer hermosa, con encantos de una reina de belleza, cara angelical, cabello lacio y largo, senos erectos como para pegarse como un ternero y qué decir de sus nalgas, que indican la forma de la tamuga, grande como un ‘pai’ de piña, sin embargo, su cabeza estaba en otro lado, ya que no salía de un hombre, cuando tenía otro, por eso la llamaban el tsunamis sexual del barrio.
Un tsunamis es una ola de puerto, otros lo califican como un maremoto, sin embargo, en esta historia se trata de una mujer que la califican como tal, porque cambiaba de hombres como cambiar de panties, situación que le trajo problemas, porque hubo uno que se había enamorado locamente y no podía aceptar compartir el ‘pai’ con nadie y mucho menos con los amigos y otro que la puso en su lugar.
Pero Nadia no estaba para estar metida en casa, fregando trastes, mucho menos para lavar calzoncillos sucios, por eso le gusta la libertad, disfrutar de la vida, con cuantos hombres le venga en ganas, echárselos y luego mandarlos para el coño.
En una ocasión conoció a Sebastián —casado con hijos— con quien salió en varias ocasiones se metían en un hotel por los lados de la Avenida Cuba, a ese le quitó dinero y una tarjeta de crédito con suficiente plata para seis meses, a parte que lo denunció ante la esposa, para sacárselo de encima.
En otra ocasión conoció a Fidelino, quien labora como conductor de un camión de concretera, ambos salieron y al hombre lo puso hacer de todo, hasta bajar el pozo —que no le gustaba—, matraqueo por la retaguardia y lo peor, a besarle los pies. Pidió prestado en una financiera, le amobló la casa y después lo mandó para el carajo, así jugaba la mujer con los hombres, que, sin duda alguna, la seguían buscando, porque era un tsunamis haciendo el sexo.
A un colombiano dueño de un restaurante antioquieño, lo puso a mamar gallos —es hacer bromas— a quien lo puso a mamar otras cosas y endeudó con un hindostán, que le compró un carro —de segunda— pero bastante nuevo, el paisa quedó satisfecho con el trabajo, ya que durante toda la noche le tocaron la flauta dulce, con patadas a la Luna con chacareo de cristal, a parte del tocado especial, que la hizo exclamar felicidad.
Pero toda felicidad tiene su final, ya que cuando conoció a Manolo, un hombre que no trabaja, su madre es jubilada, además cobra los 100 a los 70, lo mantiene, por eso viste bien y siempre anda con olor a perfumes finos.
De ese se enamoró locamente, ya que el hombre la ponía a ver las estrellas y la propia Luna, le sacaba el fuego, en esta ocasión el que la ponía hacer cosas raras —inclusive le cantaba mientras le hacia el amor— ‘Te va a doler’, que la ponía loca, porque a la misma vez la matraqueaba por la retaguardia, sin vaselina y mucho menos con aguita, para remojar la entrada.
Desde entonces empezó a sacarle dinero a los otros hombres para dárselo a Manolo —el vago del barrio— quien le exigía dinero todos los días para estar en las cantinas, donde alardeaba sobre las mujeres, que las ponía hacer cosas raras, pero buenas, aunque les doliera, porque el hombre —según Nadia— tenía un pene nunca visto o sea es aventajado en esa parte, sin embargo, se aprovechaba y después las mandaba para el carajo, como sucedió con la hermosa mujer, quien dejó de recibir los cariños del hombre y ahora llora como lloró Juana Peña, por lo tanto tendrá que esperar un tiempo, para olvidar ese amor y volver a ser la ‘tsunamis del sexo’.