SOY MUJER DE UN SOLO HOMBRE

ADinora le gustaba decir que ella y las 37 mujeres de su familia tenían un sello muy particular: ‘Somos mujeres de un solo hombre’, repe...
  • martes 20 de agosto de 2013 - 12:00 AM

ADinora le gustaba decir que ella y las 37 mujeres de su familia tenían un sello muy particular: ‘Somos mujeres de un solo hombre’, repetía cada vez que alguna compañera comentaba que tal fulana andaba quemando al pobre marido. Por eso, cuando enviudó, juró ante la tumba del difunto: ‘Nunca más volveré a ser de otro hombre’. Y se entregó a un luto tan riguroso que nadie creía que saldría del duelo, a diario repetía: ‘Nunca más volveré a ser de otro hombre’. Pero olvidó Dinora que nunca más es mucho tiempo, y el paso del calendario la fue sacando de ese estado dañino y volvió a vestirse sexi, como le gustaba a su difunto marido, y salió nuevamente a la calle, donde los piropos masculinos y una que otra mirada aprobatoria femenina surgían a su paso. Sin embargo, Dinora, que siempre se enorgulleció de decir que era mujer de un solo hombre, no sentía atracción por ninguno de sus admiradores, y mucho menos deseos de ir a la cama. ‘Eso murió cuando Dios llamó a mi marido’, les decía a sus amigas que le decían: ‘Eso lo dejó Dios para usarlo, cuidado que se le pudre’. Todas la empujaban a volver a la acción, excepto Beba, que ‘amarraba la cara’ cuando escuchaba estos consejitos. Igual actitud asumía Edwin, un soltero guapo y con plata, que siempre le había tenido ganas a Dinora y que fue el único del barrio que no le dio el pésame.

Fue una nonagenaria quien le metió susto a Dinora, pues le contó de una mujer que se quedó joven sin marido y a los cincuenta se volvió loca, y salía desnuda a la calle cada vez que había luna nueva, llamando a gritos a todos los hombres que había tenido: Carlooos, Migueeeeel, Popochooooo, Manoloooo, etc.

Pero yo solo tendría que llamar a Álvaro, dijo Dinora. ‘Pero saldrías en pelota a la calle’, contestó la vieja. Por temor a volverse loca aceptó a Edwin, quien quiso un noviazgo corto, pero Dinora exigió boda eclesiástica, a la que tenía derecho porque era viuda. Apenas se fijó la fecha de la boda, Edwin pidió ‘un adelanto’, pero Dinora se mantuvo dura y no quiso soltarle nada. ‘Una probadita nada más’, le rogaba él con voz ronca. ‘Cuando salgamos de la iglesia’, decía ella con voz firme.

La boda fue al aire libre, pues entre invitados y paracaídas atraídos por el morbo del enlace de la viuda que había dicho nunca más, la capilla se quedó chica.

La ceremonia empezó puntual y todo iba bien, todos atentos, excepto Edwin, que no podía dejar de pensar en que dentro de poco ya podía meterle diente a la viuda. Un poco antes de pronunciar el sí acepto se escuchó un ¡¡¡¡¡nooooooo!!!!! escalofriante y entró Beba desnuda y gritando que Dinora y ella eran amantes.

Muchos trataron de sacar a Beba, pero fue tan grande la desilusión que Edwin se levantó y le dijo al sacerdote: ‘No hay casamiento, padre Rojas, gracias por todo’.

Y se fue mientras Dinora le pegaba a Beba. Cuando se cansó de pegarle, salió hacia su casa con el traje blanco recogido, y convencida de que ella moriría siendo ‘mujer de un solo hombre’.