Memoria traidora

En el trabajo de Jaime, todos opinaban que él tenía memoria de grillo
  • domingo 22 de enero de 2017 - 12:00 AM

En el trabajo de Jaime, todos opinaban que él tenía memoria de grillo. Todo se le olvidaba, a veces hasta el día de pago, por lo que sus compañeros le advertían que no se metiera a loco de quemar a la esposa.

Cuando supieron que andaba con Sandy, los compañeros, expertos en infidelidad, le dijeron: ‘Cuidado y tu mente de pollito te juega una mala pasada y le dices a tu mujer el nombre de tu amante'. Jaime se hizo el orejisordo y se enculó a mil con Sandy, quien tenía tetas para regalar, ‘puedo amamantar a una tropa', decía ella para ‘lujuriar' a los caballeros. Se decía que el romance había empezado en una fiesta de esas que los jefazos auténticos les celebran periódicamente a los colaborares por su buen rendimiento, Jaime aprovechó que andaba solo y la invitó a bailar, parece que la tiradera de pasos los alborotó y de allí pasaron al cuartito refrigerado, donde Sandy sacó su mejor repertorio y puso al compañero a pedir cacao, por lo que él mismo sugirió que se citaran otra vez y de allí no pararon hasta que ella salió embarazada y apuntó su índice hacia el olvidadizo, quien en una de las citas olvidó llevar el gorrito y ahí la dañó.

Ambos quisieron jugarle vivo al pelao y no dejarlo apuntarse en el libro de los vivos, pero el chiquillo venía con todo y no les resultó ninguna de las artimañas que ejecutaron para tumbar a la cigüeña. Con el nacimiento del chiquillo, a quien nombraron Prometeo, por su fortaleza para no dejarse morir, se le apagó la fuente a Sandy y la relación se debilitó, tanto que solo se trataban estrictamente para lo relacionado con la plata de la manutención, que Jaime daba voluntariamente para que su mujer no se diera cuenta. Los compañeros, más fieles que nunca, andaban pendientes de que al nuevo papá no se le olvidara cumplir con sus deberes. Solo una vez él intentó llevarse a Sandy a un hotel, pero ella se mantuvo firme y le respondió que no quería nada con un babieco que no se atrevía a decir en su casa que tenía otro hijo; Jaime rogó y hasta soltó unas lagrimitas para que se lo dieran, pero fue en vano, ella se mantuvo más digna que la misma dignidad.

La nueva paternidad puso a Jaime a camaronear los fines de semana, y lo que ganaba tenía que repartirlo entre su casa y Prometeo, por lo que no le quedaba ni para las pintas.

Pero eso no lo ponía a sufrir como las ganas de estar con Sandy, a la que quiso confabular comprándole un megapaquete de pañales desechables, igual cantidad de comidita en frasco para Prometeo y otros productos infantiles en tamaño para ricos que pudo adquirir gracias a que soñó que a él lo nombraban presidente de la junta del Carnaval capitalino, y decidió comprar su fecha al revés y al derecho, acertando en el primer premio. Sandy recibió las cosas con entusiasmo, pero ni pestañeó cuando él le pellizcó con desesperación los pezones.

‘Vete para tu casa, que te refresquen allá esas ganas de mujer', le dijo Sandy señalándole autoritaria la puerta. Y se fue acabangado para su hogar, más cabreado que nunca del menú casero. Olvidó sacar del pantalón la factura de la compra. El diablo, que se place en joder al casado, le estropeó la lavadora, y la vecina se ofreció para lavarles la ropa a un precio módico, porque su mujer afirmó que tres generaciones antes de la suya ya se había abolido la lavadera a mano.

Dos días después, llegó la esposa al trabajo y se le abalanzó. Iracunda, la mujer puso la factura sobre el escritorio y desconectó cuanto cable halló a mano luego de romper a taconazos la pantalla de la computadora de Jaime, quien aguantó como hombre la reprimenda física y verbal, pero cayó con el azúcar por el piso cuando aquella le gritó que no pisara jamás el hogar mancillado. ‘Allá sobras, quemón', dijo ella.

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