Mañosos

Eugenio no tenía un macano o un roble, tampoco un bonsái o un guarumo, pero tenía una maña al momento de la ‘tempestad'
  • jueves 15 de diciembre de 2016 - 12:00 AM

Eugenio no tenía un macano o un roble, tampoco un bonsái o un guarumo, pero tenía una maña al momento de la ‘tempestad'. No le temblaba la voz para invitar a una mujer a salir. Por eso enamoró a Rita, la compañera nueva a la que los vagos le pusieron la licuadora, por la forma en que meneaba el guardafango de fábula que heredó de la abuela nacida en las faldas del Tacarcuna, allá en la rica y olvidada provincia de Darién.

La encontró una mañana en la cafetería comiéndose las uñas, molida por la preocupación: ya era casi la mitad de diciembre y ella no había sacado los juguetes de sus pelaos.

Eugenio le oyó el cuento y le metió el suyo, el resultado fue salir esa misma tarde porque ambos tenías ganas: ella de plata y él de cuca. ‘A las cinco', le dijo Eugenio, y Rita le contestó: ‘Antes de buscarme mándame por wasap el comprobante del depósito'. Al hombre se le vino el mundo encima, cómo era posible que hubiera mujeres tan descaradas que cobraran por adelantado y que tuviera él que arriesgar su plata. ‘Ya me han pasado muchos chascos, me llegan allá con el cuento de que andan limpios, que en la quincena me lo dan o me muerden parte del pago, por eso me aseguro antes', afirmó Rita, y Eugenio aceptó correrse el riesgo porque le tenía muchas ganas, la traía metida entre ceja y ceja, clavada en la entrepierna desde la primera vez que la vio pasar con su meneo.

Hizo fila, con cara de diablo, pero la hizo para depositarle los cincuenta panchos que cobraba la bella por una hora de cariño. Enseguida mandó la evidencia y Rita no tardó en bajar. Entraron de la mano al hotel y hasta se bañaron juntos, pero el desencanto de Eugenio vino cuando la acción pasó a momentos mayores y Rita se negó a cerrar los ojos, que era la manía sexual de él: pedirle a la que tuviera debajo o encima que cerrara los ojos. ‘Siempre me ha gustado mirarle los ojos al hombre que está conmigo, es parte de mi placer y no me da la gana de cerrar los ojos', gritó ella, y a Eugenio le pareció que lo habían ofendido demasiado.

Se bajó enseguida y exigió que se cumpliera su maña o no pagaba. ‘Ya estás jodido, mi hijito, ya pagaste, así que terminamos esta cosa aquí o admites que yo mantenga mis ojos bien abiertos mientras lo hacemos', le contestó ella con decisión.

Eugenio se levantó y se sentó en el borde de la cama a fumarse un cigarrillo. Tres veces, Rita le preguntó ¿y entonces? ‘Entonces, nada, que no me gustan las mujeres desobedientes, y menos las que cobran por darlo. En la cama mando yo', le aseguró Eugenio, pero la mujer gritó ‘yo también tengo mis mañas, y una es mirar cómo cambia la cara del hombre que de verdad llega al punto máximo, eso me apasiona, y si no te gusta, allá tú'. El hombre quiso hablarle con ternura para aclararle que para él era como un afrodisiaco ver a la mujer con los ojos cerrados, concentrada en lo que estaba haciendo, pero no la convenció, Rita le aclaró que para ella, eso de cerrar los ojos mientras le daba gusto al cuerpo era como ser sumisa o estar sometida.

A Eugenio se le revolvieron los cincuenta panchos pagados y le exigió violento que se acostara y cerrara los ojos que ‘iba pa'encima'.

Discutieron unos minutos y, de repente, ella se levantó, se metió al baño y salió vestida. ‘Ya se te acabó el tiempo, o tú crees que yo trabajo sin reloj'. Pretendía irse, pero él la detuvo a la fuerza, por lo que Rita pidió auxilio a través del teléfono fijo. En un santiamén llegó el apoyo, y le tocó a Eugenio irse sin disfrutar sus cincuenta palos, por mañoso.