Lunes de suerte

La mujer puso ojos sorprendidos y comentó que no lo había sentido levantarse a buscar agua ni analgésicos
  • martes 02 de octubre de 2018 - 12:00 AM

El calor estaba volviendo loco a Eybar, pero no se quitó la manta ni intentó caerle a Carlota, su mujer, como hacía a diario en busca del mañanero. ‘Ya es hora, ‘Popocho', ya son las cuatro y dos minutos con 37 segundos', le dijo ella, pero él se quejó de dolor en todos los huesos yescalofrío. ‘Hoy es lunes, hoy no se puede faltar al trabajo', afirmó Carlota, pero Eybar se arropó más y aseguró que iría más tarde cuando las pastillas hubiesen hecho efecto.

La mujer puso ojos sorprendidos y comentó que no lo había sentido levantarse a buscar agua ni analgésicos. ‘Es que comí culebra en mi niñez y por eso piso sin hacer ruido', aseguró Eybar, y esta vez, Carlota no le celebró la ocurrencia, y se fue para su trabajo con una nostalgia de esas que uno no sabe a qué se deben. Apenas la oyó cerrar la puerta, Eybar se metió al baño a pasarle peinilla al chupetón que su amante Ineyka le había hecho en el cuello y que Carlota no le notó la noche anterior, cuando él regresó y cogió derechito para la cama argumentando que venía cansado y enfermo. ‘Coge tu parte del camarón de hoy', le dijo a su mujer, que en ese momento se ilusionó con los verdes que llegaban a sus manos justo tras haber visto ella un par de trapos en el ‘mol'.

Una hora después salió Eybar rumbo a la casa de una dama que borraba desde chupetines hasta chupetones como el de él, sin dejar ni una huella, y apenas cobraba 35 dólares más el 15% de impuesto. ‘El sexo con la otra es un lujo, y a los lujos les trabo un impuesto más alto', anunció la mujer y empezó a trabajar, casi cuatro horas le llevó borrarle el chupete que le había hecho la golosa Ineyka, quien creyó que en la casa de Eybar se había formado la tercera guerra mundial por causa de eso, y se sentía tan feliz que se atrevió a llamar al trabajo de Carlota para decirle orgullosa: ‘Ya viste el sello que le puse en el cuello a tu casi exmarido, a ver si ahora que tienes la evidencia de que yo existo, quieres seguir con él, y fíjate que me dijo que no le importa que tú se lo veas'.

Apenas Carlota oyó el clic de la rival, marcó el número de Eybar gritándole dónde estás, dónde, quiero verte ya, ven a buscarme', pero al hombre se le prendió el foquito enseguida y dijo que estaba en una clínica porque seguía malo con la gripe. ‘Voy para allá', anunció Carlota, y, gracias a los tranques, cuando llegó, ya Eybar había hablado con un médico que aceptó mandarlo a canalizar y ponerle un hidratante y otras sustancias inofensivas, de manera que ese cuadro fue lo que vio la esposa, a quien no le importó que hubiera varias personas allí recibiendo medicamentos intravenosos y corrió a revisarle el cuello a su marido, quien puso unos ojos de locario sorprendido tan contundentes que Carlota, al no ver ni señal de un chupete reciente, se sintió poderosa porque la otra tenía que recurrir a calumnias para tratar de dejarla sin manduco seguro.

La nostalgia sentida desde el amanecer se disipó por completo, dando paso a una euforia que le quitó lo tacaña, y cuando Eybar pidió la cuenta médica quedó tan sorprendido que esta vez los ojos se le pusieron cuadrados sin necesidad de fingir. ‘Son 128 dólares con 97 centavos', aseguró la encargada y comenzó a detallar los medicamentos y procedimientos recibidos, por lo que Carlota, orgullosa de que ese seguía siendo su hombre aunque otra estuviera luchando a dos manos para tumbárselo, sacó de su cartera los mismos panchos que Eybar le había dado la noche anterior y pagó la cuenta médica de su marido. ‘En la salud y en la enfermedad, pero juntos', le dijo y salieron de la clínica, ella colgada del brazo de Eybar.

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