Ley húmeda
- domingo 17 de septiembre de 2017 - 12:00 AM
Augusto tuvo que amarrarse los pantalones para hacer valer su palabra: "Aquí mando yo, porque yo soy el que traigo la plata a la casa y a partir de hoy y sin excepciones entra en vigencia la ley húmeda que prohíbe rotundamente negármelo", le dijo a su esposa Janeth, quien tenía la mala costumbre de negárselo cuando le daba la gana. La mujer intentó protestar, pero Augusto llevaba su argumento preparado y la fue atajando: ‘No quisiste seguir trabajando, por lo tanto no tienes por qué estar cansada si ni siquiera pasas trabajo con los tranques, tampoco madrugas, tampoco comes almuerzo recalentado ni te aprietan los zapatos". A Janeth le supo a diablo esa nueva ley, pero como era floja para trabajar, prefirió aceptarla y cumplió a cabalidad hasta que se cansó y le dijo al marido que lo sentía en el alma, pero que ese día no le daría ni a oler porque su organismo no daba para más, y agregó ‘creo que me pegaron la conjuntivitis'.
Al hombre se le cayó el mundo y por más exámenes visuales que le hizo a su mujer no pudo hallar indicios de la temida conjuntivitis. ‘El mal de vista no impide las relaciones íntimas', le dijo con ganas de convencerla, pero Janeth siguió negándoselo, indiferente a que su marido le había comentado que cada vez que ella se lo negaba él sentía como si un puñal le atravesara el alma. Nada resultó y el ánimo andaba tan por el suelo que en el trabajo soltó toda la amargura de su corazón. En la conversación exclusivamente entre la población masculina, salieron a relucir varias cifras, a más de cinco que se las daban de jodidos se lo negaban también y a dos los tenían guindes desde el Día del Obrero, pero el caso más crítico era el del bello de la empresa, a quien ninguna de las dos mujeres se lo daba tras una salida solo el Martes de Carnaval. La estadística consoló a Augusto y salió para su hogar con el ánimo sereno, pero apenas llegó lo mareó el olor a mujer y le pidió saladito a Janeth, quien miraba embelesada su telenovela. "Tú no te cabreas de esa vaina, cinco años probando la misma cosa, déjame ver la novela que está bien buena", gritó y esa reacción provocó otra violenta en el marido, que se paró con su corpulencia frente al televisor y gritó "aquí nadie va a mirar a esos maricones, quieres ver hombre, mírame a mí, aquí está lo tuyo, de carne y hueso, crudito, en blanco y negro y a todo color".
Janeth se levantó dispuesta a tirar la mano si era preciso para apartar ese bulto que tapaba la pantalla, y lo empujó con todas sus fuerzas. Las 300 libras de Augusto cayeron al piso con el primer empujón sin siquiera el beneficio de un trastabillón. Cuando vio que el marido no se levantaba y abría la boca al máximo buscando aire se llenó de miedo. Luego notó que, lentamente, cerró la boca, suspiró y el cuerpote se le aflojó. Lo sacudió varias veces, pero Augusto no respondía. Asustada le dijo que no se muriera, que en adelante se lo daría de lunes a domingo, pero Augusto seguía tirado, de manera que salió al vecindario clamando auxilio. Un vecino le puso en la nariz un trapo empapado en amoniaco y el herido se sentó en el acto y preguntó qué pasaba. Cuando quedaron solos, Augusto quiso que Janeth cumpliera la promesa, pero esta se enfureció por él haberle tomado el pelo con su desmayo, y nuevamente se lo negó. Esta vez, Augusto usó el intelecto y no le reclamó ni insistió, prefirió pasar la noche cavilando en los motivos reales por los que ella se lo negaba, y tras mucho pensar decidió dejarla y buscar otra que sí quiera dárselo cuando él lo pida.