La lavadora viajera
- miércoles 25 de julio de 2012 - 12:00 AM
Cuando niño, el mayor temor de Vega eran los diablicos sucios, verlos le causaba tanto terror que ameritaba esconderlo desde la izada de la bandera del Carnaval hasta pasada por completo la fiesta de Momo. Ahora, ya adulto, su cuco era que la mujer le pusiera cachos. Era esa su primera y última plegaria diaria: Ay, San Abdiel, que mi mujer no me sea infiel.
Además de la parte de la fe, Vega se ayudaba comprándole cuanta cosa se le antojara a Lily, su esposa, quien era una tentación andante, tenía un cuerpo exuberante y con medidas geométricamente perfectas, un rostro agraciado y risueño, y, por si fuera poco, su corazón tan caritativo desconocía la palabra no cuando alguien llegaba a pedirle algo prestado o regalado.
Fue así como su lavadora llegó a ser de uso comunitario de lunes a viernes, por lo que la máquina era sacada de la casa y llevada en brazos o en carretillas hasta las viviendas vecinales, en las que las amas de casa lavaban todo el día y, al atardecer, una hora antes del regreso de Vega, la devolvían.
Todo iba bien y Vega no se daba por enterado de que la lavadora que él había comprado a punta de tirar soldadura a pleno mediodía iba y venía a diario a las casas vecinas, pero una mala jugada de la naturaleza puso al descubierto la anomalía, una tormenta eléctrica quemó un transformador, por lo que Leyka, la vecina a la que le tocaba usarla los viernes, se atrasó en el lavado a causa de que la luz se fue por varias horas, de manera que la regresó un poquito más tarde, justo cuando Vega regresaba del trabajo.
A pesar de todas las maromas para esconderla o fingir que era una carga de yuca, no pudieron evitar que Vega la descubriera, por lo que, airado, le reclamó a Lily, quien se volvió un ocho y no le quedó más que aceptar y prometerle que nunca más le haría el favor a ninguna vecina. ‘Así se queden sin las dos manos no se las voy a prestar’, le prometió llorosa a su marido, quien luego, en los ardores bajo las sábanas, olvidó por completo el incidente con el aparato.
Puntualmente se presentó Karina, la que le tocaba usar la lavadora los lunes, a buscar la máquina. Llegó mostrando unas quemaduras en las manos a causa de haber complacido a su marido que se antojó de pescado frito con patacones a medianoche. Las ampollas convencieron a Lily, quien olvidó la promesa y siguió prestando la lavadora.
Casi un mes después del incidente, Vega, que estaba de vacaciones, decidió darle la mano a su mujer y tender la ropa recién lavada. Y mientras desafinaba una melodía de moda iba sacando las piezas para ponerlas en las cuerdas.
Ya casi terminaba cuando sacó un suéter de hombre. No era suyo ni, claro está, de sus hijas o de Lily. Miró varias veces la prenda, la olió. Pura fragancia masculina. Se le formó un nudo en la garganta y dejó de cantar.
‘¡¡¡Lily, tú estás prestando la lavadora, sí o no!!!’.
‘Esa lavadora no ha vuelto a salir de la casa’, fue la respuesta contundente de Lily.
Iba a preguntarle por qué, pero Vega se le abalanzó golpeándola en el rostro y en el cuerpo hasta que ella pudo agarrar una escoba para tratar de defenderse. Fue poco lo que pudo hacer porque Vega estaba preso de una ira demoniaca y daba unos gritos de loco mientras destruía a punta de patadas y golpes todos los muebles de la casa. Fue la lavadora la primera en ser destruida por la ira inexplicable del hombre, a quien sacaron esposado del hogar.
‘Apenas salga me las vas a pagar’, le gritó a Lily, quien tuvo que esperar el día de la audiencia para saber la causa de la ira de su marido.
Se presentaron todas las vecinas y una testificó que el suéter era de su marido y que lo había dejado olvidado en la lavadora. Vega suplicó mil perdones, pero Lily no volvió con él, porque quien duda una vez, duda dos y muchas veces.
MORALEJA: LA DUDA ES IMPERDONABLE CUANDO HAY FIDELIDAD ABSOLUTA.