La trampa

Dos meses después le dijo a Liza, su mujer, que se iba para el interior a visitar al abuelito Pánfilo
  • jueves 22 de mayo de 2014 - 12:00 AM

Braulio, el del olfato fino, sintió en las honduras de su mujer el olor a otro hombre, pero no dijo nada. Pensó toda la noche en cómo descubrir quién era el intruso para volarle por completo las vergüenzas.

Dos meses después le dijo a Liza, su mujer, que se iba para el interior a visitar al abuelito Pánfilo, por lo que la adúltera corrió a avisarle al amante.

‘O sea, que puedo llegar tranquilo y quedarme allá todo el fin de semana’, preguntó Lucho, experto en seducir mujeres casadas, para sacarles regalos.

Llegó a la casa ajena casi al mediodía, con un maletón de ropa sucia, deseoso de aprovechar hasta la lavadora que Braulio había comprado con el sudor de su frente. Se adueñó inmediatamente de todo y acabó pronto con las cervecitas del dueño del hogar, luego revisó su caja de herramientas. ‘Tiene varias de paquete y hasta por par, así que una para él y una para mí’, le dijo a Liza, que lo miró seria, porque una cosa era que ella lo dejara entrar a su hogar y otra que se pusiera a revisar cuanta cosa hallaba, pero no le reclamó.

Fue al anochecer que ardió Troya, porque, de repente, salió del baño perfumado y con el piyama de Braulio. ‘Quítate esa vaina inmediatamente’, le ordenó ella, pero el intruso creyó que era relajo y siguió haciendo morisquetas imitando a Braulio, a quien él le decía el ‘chombito’. Llevaba un rato imitando al dueño de la casa cuando Liza se cansó y lo amenazó con llamar a la Policía. Aureliano se rio a carcajadas y cuando se cansó dijo que primero muerto que quitarse el piyama del chombito.

‘Buenos zapatos y buena ropa tiene el chombito’, decía mientras revisaba todo sin hacerle caso a Liza, quien se colmó cuando lo vio abrir la gaveta de los documentos. No pudo más y cumplió su amenaza al ver que Lucho no le hacía caso y leía cada papel que encontraba.

Los policías lo hallaron así, vidajeneando cuanto Braulio guardaba en su gaveta. Lo esposaron enseguida y aunque quiso hacerse el loco, primero, y luego dijo que la propia Liza lo había invitado a pasar allí el fin de semana, los tongos no le creyeron y lo sacaron como lo que era, un delincuente.

Un policía mayor lo ayudó a subir al patrulla, justo en el momento en que llegaba Braulio, que no andaba por el interior, sino que le había puesto una cascarita de naranja a su mujer, quien corrió a decirle que ese hombre se había metido a la casa y que por eso la Policía estaba allí.

Braulio la miró interrogante, y fue cuando Liza recordó que el amante llevaba puesto el piyama de su marido. Se sintió perdida, pero siguió luchando y dijo que el hombre se había metido a la fuerza y como un demente sacó ese piyama y se lo puso.

Entraron a la casa enredados en una violenta discusión, que terminó cuando Braulio vio el montón de ropa de hombre en el tendedero. Salió luego de decirle: ‘Pronto te llamará mi abogado para el trámite del divorcio’.