La malquerida

El Revolcón de los barrios
  • sábado 12 de abril de 2014 - 12:00 AM

Apenas Ernesta supo que Gonzalo, su marido, estaba detenido, corrió para el cuartel a llevarle comida y ropa limpia. Muchos se compadecieron cuando la vieron pasar llorando y con las bolsas de alimento y vestido para el que, según sus cuentas, estaba guardado injustamente. Fue lo primero que le preguntó al policía que la atendió. ‘Se la quiso pasar de liso con una dama y no conforme con eso le sacó la mano al marido de la pelá’, contestó el uniformado.

Ernesta se quedó callada cinco minutos, al cabo de los cuales dijo: ‘Eso es una calumnia. Mi marido tiene las cuatro letras: flojo, chupatero, chinguero y dormilón, pero de eso a que le falte el respeto a una mujer en la calle, no señor, así que me va diciendo de una vez quién es la que lo acusa para entenderme con ella enseguida’. La mandaron a hacer esos trámites a otro lado, por lo que la gordita subió cuanta escalera le ordenaron, pero antes del mediodía ya había logrado que revisaran el caso de Gonzalo y pagó lo que le pidieron para regresar a casa con su marido, a quien, ya en la intimidad del hogar, sometió a un duro interrogatorio.

‘Dime la verdad, Gonzalo, más te vale que me digas la verdad o quebramos palito hoy mismo’.

‘No fue nada, Erny, una guialcita se antojó de mí y le dijo al marido que yo le había dicho mami, qué bien te ves’. La esposa se levantó exhibiendo toda su corpulencia y sacudió al interrogado. ‘¿Seguro que tú no le dijiste eso, verdad?’, dijo y lo jamaqueó con todas sus fuerzas.

El hombre se sintió descubierto y quiso camuflar la realidad. ‘Yo solo le dije: mami, qué hora es’.

‘¡¡¡¡Cómo, cómo dijiste, Gonzalo!!!!’. En el acto él se dio cuenta de que la había embarrado, pues una de las quejas de su mujer era que nunca la llamaba con ese nombrecito de cuatro letras.

Ernesta, profundamente dolida, le reclamó: ‘A esa de la calle sí le dices mami, sin embargo, yo llevo años esperando oír que me llames así’. Y se le abalanzó violenta, cegada porque él sí había considerado a otra digna de llamarla de esa forma. Le rodeó sorpresivamente el cuello con sus manos fuertes. ‘¡Infeliz, no volverás a decirle mami a otra!’, gritaba y apretaba, por lo que Gonzalo, temiendo por su vida, se defendió y la pateó, pero al ver que esta no cedía, hincó las manos en las costillas de la mujer que, presionada por el violento cosquilleo, aflojó las manos y lo liberó.

Tras la agresión física se enfrentaron en una discusión intensa y nuevamente Ernesta sacó las manos, pero Gonzalo, más rápido, tomó un palo de escoba, dispuesto a defenderse, pero el beneficio le duró poco, porque su mujer marcó el número de la Policía y lo acusó de haber intentado asfixiarla. Lo subieron al patrulla sin darle oportunidad a defenderse. Pasó varios meses sin ver el sol, hasta que su madre logró que lo liberaran. Salió convencido de que hasta para soltar un piropo hay que tener cuidado.