La magíster

Dijo después que la docente sacó una libreta y sumó aquí y allá
  • miércoles 29 de abril de 2015 - 12:00 AM

Adolfo no pudo avanzar más allá de la primaria; pese a los innumerables esfuerzos de su madre para que él permaneciera en el sistema educativo, se mandó a perder apenas entró diciembre, cuando le preguntó a la maestra ¿ya yo toy pasa'o, maestra, verdad?

Dijo después que la docente sacó una libreta y sumó aquí y allá, y luego le contestó que su promedio de sexto grado era 3.0, ¿tres pela'o?, recordaba él haberle preguntado, y a su mente venía el momento feliz en el que la educadora le respondió: Con tres pela'o se pasa, mi hijito. Y él la abrazó anunciándole que ese era su último día en un aula.

‘En esta escuela ni en ninguna otra verán más a Adolfo, maestra', señaló y lo cumplió, no volvió a las clases del año siguiente, pese a que su madrecita lo matriculó para el siguiente nivel, le compró uniformes, útiles y una mochila de marca. ‘No y no, yo no sirvo para eso', le dijo y las lágrimas maternas fueron en vano.

Tuvo la suerte de emplearse en un taller de mecánica, oficio que al cumplir la mayoría de edad ya dominaba, de manera que puso su propio negocio, el cual prosperó rápido, y con este auge vinieron otras urgencias del cuerpo, las que aprovechó Belkis, una curvilínea educadora recién llegada a esos lares. Se casaron pronto, tanto Adolfo como su madre estaban felices por la ‘sabiduría' de Belkis. ‘Mi hijo se casó con una profesional', decía la progenitora de Adolfo, quien repetía: Mi esposa es pro-fe-so-ra en el colegio.

En el hogar era Belkis la mandamás, Adolfo seguía tan enamorado como el primer día, no le negaba nada. ‘Tenga, mi amor, usted es una pro-fe-so-ra, y debe asistir al colegio lo mejor vestida posible, pida lo que necesite', decía cuando ella le pedía dinero para trapitos.

‘Quiero estudiar una maestría', anunció Belkis poco después, y Adolfo no puso reparos en soltar el chimbilín para que su mujer se preparara más. ‘Ya no seré profesora, sino magíster', dijo Belkis, y el esposo cambió su cantaleta: Mi mujer será pronto una magíster, repetía con orgullo, y le compró un carro, porque ‘una magíster debe llegar a sus clases en su propio automóvil, ya no es una simple profesora, es la ma-gís-ter'. Y sonreía pechón cada sábado, cuando la veía salir rumbo a las clases de la maestría. ‘Ahí va la magíster', les decía a los muchachos que trabajaban con él en el taller.

El tiempo fue corriendo veloz, y Belkis terminó la maestría. Anunció que el acto de graduación sería en un lugar muy privado. ‘Allá estaremos', dijo Adolfo, pero su mujer lo cortó enseguida. ‘No, solo pueden asistir los graduando', expresó nerviosamente, y su marido complaciente dio por cierto lo dicho por la magíster, y solo le pidió que se viniera derechito para la casa con el diploma.

‘Lo voy a colgar aquí mismo en el taller, para que todos vean que mi mujer es una ma-gís-ter', dijo e hizo con las manos el gesto de colgar el documento, añadió también que le mandaría a confeccionar un marco de la mejor madera, la más fina del mundo, esa que solo crece en la tierra de Cémaco. Fueron su madre y los muchachos del taller los quisquillosos que le metieron ideas raras: Esa es mucha mentira que ni usted pueda asistir al acto.

‘Compa, usted ha gastado un carajal de plata en esa maestría, averigüe bien dónde es esa vaina de la magíster y llegue, compa, son muchos sábados que hay de por medio, oyó', le dijeron, y la madre, mamá al fin, averiguó el sitio de la ceremonia.

Belkis no sospechó nada. Llegó al acto del brazo de su amante, el profesor que le dictó el primer módulo de la maestría. Cuando vio a su suegra y a su esposo en la entrada del salón donde se realizaría el acto, quiso escabullirse, pero era demasiado tarde. Tuvo que enfrentarlos, sola, porque el profe se mandó a perder apenas vio de frente al rival.

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Orgulloso: Mi mujer es pro-fe-so-ra.

Cizañosos: Averigüe bien, compa, cómo que usted no puede ir a la graduación.

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