La engañada

- martes 21 de marzo de 2017 - 12:02 AM
Nada hay bajo el cielo infinito que un buen padre no haga por el bien de su hijo. Durante cinco décadas había sido costumbre de don Abdiel salir de vez en cuando a echar una canita al aire porque, tal como lo aseguraba él, ‘eso sirve para mantener el cuerpo caliente'. Su mujer, Lorena, no le reclamaba porque al entender de la dama era mejor prevenir que lamentar; ‘prefiero eso a que a Abdiel se le caiga para siempre y me quede yo sin marido, porque ese fue, es y será por siempre mi único marido, yo soy de las pocas que podemos decir que somos mujeres de un solo hombre', decía Lorena con cara de mártir y riendo por dentro, porque solo ella sabía que bien que le había metido varios pitonazos al marido.
Por esos eventuales ‘ejercicios de calentamiento' de don Abdiel, a nadie le extrañó cuando Lorena reunió a los hijos con sus esposas para anunciarles que pronto tendrían un nuevo hermanito, ‘pues, el papá de ustedes, mi marido, preñó a una joven respetable y la familia exige que se le dé la manutención y nos hagamos cargo de todos los gastos.
La primera en reaccionar fue Gladys, la esposa de Abdielito, el hijo mayor. La mujer regañó como un chiquillo al suegro y le hizo todos los reclamos que debió haberle hecho la esposa. ‘Usted es un perro, don Abdiel, mire que hacer pasar a sus hijos y a su abnegada esposa esta gran vergüenza, razón tenía mi madre cuando me dijo que no me casara con Abdielito porque en su familia todos son unos quemones, por algo se rumora por ahí que dos de los hijos de la vecina son suyos, viejo ridículo, andar cogiendo a esta edad', gritaba la nuera profundamente ofendida, y así mismo reaccionó Lorena cuando oyó que la vecina también le había goloseado el marido.
Fue un revolcón de palabras y empujones, Lorena arrecochinó a don Abdiel contra la puerta y le exigía que le dijera la verdad o le arrancaba uno a uno los pocos pelos blancos que le quedaban. El viejo miraba con odio a la nuera Gladys, que seguía sacándole los trapos sucios.
‘Mi mamá tenía razón, ustedes traen la quemadera en la sangre, ella dice que hasta con una prima suya se cogía usted', gritó Gladys y allí mismo le cayó a don Abdiel otro trompón en los labios seniles que no tardaron en dejar escapar el líquido rojo. ‘Déjalo, mamá, por favor', dijo Abdielito y se lo quitó. Apenas el don se sintió liberado se vengó de la nuera habladora: ‘Tu madre habla mucho, pero no dijo que tres veces me la cogí porque se me ofreció cuando tu papá andaba sacando madera por la montaña, eso no lo dice, verdad'.
A Gladys no le gustó oír eso y se le abalanzó al suegro dispuesta a pegarle y acusándolo de calumniador. Una cosa era que Lorena maltratara a su marido y otra permitir que la nuera hiciera lo mismo, así que se le plantó a Gladys y le agarró el brazo gritándole ‘fíjate bien con quién coño te vas a limpiar tus asquerosas manos, si supieras la verdad no estarías con esa gallardía, y averigua bien qué es lo que hace tu marido antes de venir a asolearme el mío, que si se cogió a la mitad de las mujeres de tu familia, ese es mi problema, yo lo resuelvo'.
Unos segundos le tomó a Gladys asimilar la bomba, cuando reaccionó les gritó a los suegros: viejos ridículos, eso son ustedes, la palabra ridículo les queda grande. Abdielito miró a sus padres arrinconados y humillados por su mujer, y sin pensarlo más soltó la bomba: Gladys, cállate ya y óyeme, yo soy el que preñó a la tipa esa, mi papá solo me hizo el favor de acusarse para que tú no me dejaras, pero por tu lengua larga me has obligado a hablar.
Por primera vez Gladys se quedó calladita, para siempre calladita y nunca más volvió a tirársela de la machita.