La celestina
- martes 17 de mayo de 2016 - 12:00 AM
La infidelidad sonó un toc-toc-toc en el hogar de Andrés y Sebastiana, quien no resistió la mirada de Narciso, el sobrino de la vecina, y le prestó amablemente un poquito de mantequilla que él prometió devolver esa misma tarde. ‘Tenga, vecina', le dijo mientras miraba a la exuberante Sebastiana que lavaba en la tina comunal con poca ropa encima y mucha en el balde. Las prendas del vestuario, mojadas y pegadas al cuerpo de la lavandera, no le dejaban nada a la imaginación masculina; Narciso miraba de reojo las protuberancias de la vecina y tragaba grueso. No cenó esa tarde ni tampoco durmió, ardiendo de fiebre de ganas de la mujer ajena. Se lo hizo saber a su confidente, el bachiller en tracalerías, Misael, quien le advirtió que era una aventura peligrosa porque Andrés no solo cargaba arma, sino que sabía manejarla con habilidad y que se rumoraba que uno de sus tíos quedó cojo de por vida por un plomazo que él le metió cuando lo halló prensado a la cortina del baño comunal, con las manos en el órgano y una sonrisa arrechona, mientras contemplaba a la suculenta Sebastiana dándose su baño de mediodía. ‘Tío', gritó Andrés, y el tío fue oírlo y huir con las manos en el manduco por si aquel decidía cortárselo por mirón. Pero aquel le soltó bala enseguida y lo alcanzó en el tobillo. ‘Esa mujer está a otro nivel, vale la pena arriesgarse', dijo Narciso cuando Misael terminó de contarle las anécdotas que hablaban del carácter agrio de Andrés. Y se arriesgó. No la llamó para no exponerla a un olvido de dedo y que el marido descubriera una llamada o un guasap tumbapanti. Utilizó la vieja técnica de la celestina, y le ofreció buen billete a Misael, quien se negó, pero sugirió a su mujer como la persona ideal para esa delicada misión. •Tu mujer tiene cara de jodida, no me atrevo ni a proponérselo', aseguró Narciso, pero Misael lo convenció de que su Karen era de cara ácida, sin embargo, como era mujer, pues, le gustaba la plata; y agregó orgulloso: ‘yo nunca le doy plata, ella no me quema ni me deja porque me ama y porque está enamorada de mi hacha, a esa mujercita la vuelve loca el pito'.
Karen aceptó servir de celestina, así que trataron esa misma tarde, y una hora después llegó ella adonde Sebastiana, supuestamente, a cumplir una vieja promesa de enseñarla a tejer. Tres tardes enteras pasaron las mujeres imitando a la arañita, Karen le soltó la pregunta de repente y directa. Sebastiana no contestó, en lugar de palabras lanzó al aire una carcajada que asustó a dos azulejos que volaban cerca en un coqueteo amoroso. La risa animó a la mujer del malandro Misael y le contó que el tal Narciso andaba caído con ella. No se supo nunca qué estrategia usó Karen, pero la tarde siguiente coló a Narciso en la casa ajena y tejió y tejió mientras en la recámara se daban gusto los amantes, él había prometido que con una sola vez se conformaría, pero al dîa siguiente se antojó de nuevo de la mujer ajena, y esta, que se ponía ardiente con el crecimiento de la luna, aceptó verlo de nuevo, y al día siguiente y al otro, siempre custodiados por la arañita Karen, teje que teje en la sala, pero esta también era lunática y una tarde no soportó oírlos gozar y se metió desnuda al cuarto donde se medían los amantes. Narciso sacó la venita de loco y les propuso un trío del que tuvo que correrse minutos después, porque las bellas traían candela pura y lo pusieron a lo cortito. Se metió al baño por una supuesta urgencia y las dejó solas. Demoró una media hora mientras se recuperaba, pero cuando volvió las halló ‘gozando conectadas'. Ni cuenta se dieron de su salida. Reaccionaron cuando, alertados por Narciso, llegaron Misael y Andrés, quienes se quedaron esa misma tarde viuditos, porque las bellas se sintieron tan satisfechas que los cambiaron.
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Alborotada: Aquí estoy yo, dame a mí también.
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Desilusión: Qué es esto, me lleva el diablo, mi mujer con otra.