La bandida Rubí
- jueves 09 de mayo de 2024 - 12:00 AM
Rubí, una trigueña de contextura fascinante y de mirada avispada, vive un doble romance que tarde o temprano tendrá un desenlace desolador. La mujer, que trabaja en una de las fondas de El Mosquero de Santiago, en la provincia de Veraguas, vive con José, un hombre trabajador y honesto que la adoraba con devoción.
José, quien se gana la vida como operador de maquinaria pesada en el ingenio azucarero La Victoria, no imaginaba que el amor de su vida escondía bajo esa imagen de mujer entregada a su hogar un romance clandestino con Alejandro, un hombre apuesto y seductor que despertó en ella pasiones dormidas.
Atrapada entre el amor y la tentación, Rubí mantenía su relación en secreto con Alejandro bajo la excusa de tener con José una vida cotidiana sin emociones intensas. Su belleza era como un imán que atraía miradas y susurros entre las mujeres que trabajan en el famoso Mosquero, visitado todos los días por Alejandro, quien además de disfrutar de su desayuno, generalmente compuesto por frituras y un delicioso café con leche, aprovechaba el momento para seducir con su mirada a la mujer ajena.
Al principio, sus encuentros eran furtivos y cargados de adrenalina, pero pronto el deseo los llevó a desafiar los límites. Los encuentros prohibidos en la casa de Rubí se convirtieron en una rutina peligrosa que pronto saldrían a la luz. José, ajeno a las infidelidades de su esposa, seguía trabajando arduamente para brindarle un futuro mejor.
Sin embargo, los rumores sobre las escapadas de Rubí comenzaron a circular en El Mosquero y no tardaron en llegar a los oídos de aquel entregado operador de tractor. Confiado en el amor de su esposa, rechazó las habladurías y los tomó como simples chismes sin fundamento.
Pero la verdad siempre sale a la luz, y una tarde fatídica, José regresó temprano a casa por un repentino presentimiento. Al abrir la puerta de su habitación, su mundo se desmoronó. Allí, en la cama que compartían, encontró a Rubí con Alejandro, enredados en una pasión que le cortó el aliento. El dolor y la traición se clavaron en su pecho como una espada de Damocles.
El silencio se hizo eco en la habitación, mientras José, paralizado por aquella escena, observaba a la pareja desvergonzada ante sus ojos incrédulos. Rubí, llena de remordimiento y lágrimas, intentó disculparse, pero sus palabras se perdieron en el vacío. Alejandro, sin mostrar arrepentimiento alguno, se marchó dejando un rastro de destrucción.
Herido en lo más profundo de su ser, José se enfrentó a un torbellino de emociones. La ira, el dolor y la humillación se entrelazaban dentro de él, pero también había un hilo de amor que se negaba a romperse. Aquel hombre, lejos de actuar con violencia, prefirió recoger sus pertenencias y poner distancia con Rubí, quien, hundida en la vergüenza y los remordimientos, renunció a su trabajo y decidió emprender una lucha para que José la perdonara.
Las constantes llamadas sin respuesta hizo que la trigueña viajara hasta Santa Marta, en la provincia de Chiriquí, para buscar a José, quien desde aquella escena desgarradora se refugió en la tierra que lo vio nacer. A pesar de sus lágrimas y súplicas, José no pudo encontrar en su corazón las fuerzas para perdonarla.
La confianza que una vez compartieron se había desvanecido en un instante de traición. Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses, pero el perdón parecía un horizonte inalcanzable para la pareja. José luchaba con sus propios demonios internos, mientras que Rubí se aferraba a la esperanza frágil de que algún día su esposo la perdonaría.
En última instancia, el amor no siempre puede conquistar todas las heridas. A veces, las cicatrices que deja el engaño son demasiado profundas para sanarlas fácilmente. Y así, en el corazón de Veraguas la historia de José y Rubí quedó grabada como un recordatorio doloroso de los peligros del engaño y las consecuencias devastadoras que pueden surgir en el camino.