La kuna-china

Apenas se difundió la noticia de que Pacquiao era panameño, la bella Iguaidili arregló sus ropitas y partió de una de las islas de Kuna ...
  • martes 15 de noviembre de 2011 - 12:00 AM

Apenas se difundió la noticia de que Pacquiao era panameño, la bella Iguaidili arregló sus ropitas y partió de una de las islas de Kuna Yala hacia la ciudad capital con la esperanza de encontrárselo en alguna de las calles citadinas, pues desde que lo vio moverse en el ring no pudo dejar de pensar día y noche en él. Iguaidili era alta, cabello largo y lacio, ojos oblicuos, labios gruesos, piel clara, busto redondo y con mucha masa, sello de su etnia, y un trasero responsable, producto del diario nadar en sus playas exóticas y de la lejana herencia de su tatarabuela, cuya madre tuvo tres fugaces, pero productivos encuentros clandestinos con un colonense, marido de una buena maestra que la trajo a Colón a ver el desfile del 5 de Noviembre.

La piel clara, los ojos ‘hundidos’ y la cabellera lacia le daban un aire de china, por lo que fácilmente consiguió trabajo en una casa de chinos, donde por su apariencia de paisana, y porque ella dijo que también era china, rápidamente le tomaron afecto y confianza.

Superada la desilusión de que era un error, que Pacquiao no era nada panameño, tomó la decisión de trabajar duro con los chinos y ahorrar para viajar a Filipinas a conocer al boxeador.

Todo iba bien en el trabajo de Iguaidili, los gemelos, dos adolescentes, se iban para la escuela, y los chinos viejos partían hacia sus trabajos mientras ella hacía los quehaceres del hogar. Pero una tarde en la que fingía leer el periódico chino, entró uno de los gemelos a su habitación. El chiquillo, sonreído, le enseñó un dólar y le pidió que lo dejara verle las tetas. Ella accedió, pero solo por tres minutos. Pasado ese tiempo, el niño subió a su cuarto y regresó con más dinero. Antes del anochecer, ya Iguaidili había reunido veinte dólares, así, a punta de levantarse el suéter solamente. Guardó el dinero en un tanque bajo la cama. En ese jueguito inocente se fueron por varios días, hasta que también se integró al juego el otro gemelo, de manera que en la tarde, Iguaidili casi no hacía nada en la casa, en cuanto los gemelos almorzaban, empezaba el ‘enseña tetas’. Los chinitos se habían puesto tan golosos que hacían filita fuera del cuarto de ella. Y ya no se conformaban con mirar, ahora pedían tocar y chupar, por lo que ella subió el precio, lo que puso a los gemelos en aprietos, pues tenían que usar la plata de la merienda para pagar el favor. Y como el que esperaba se ponía impaciente porque el otro no salía, Iguaidili optó por dejarlos entrar al mismo tiempo, eso sí, la kuna-china cobraba antes de subirse el suéter, cobraba y guardaba en el tanque. Hacerlo ambos al mismo tiempo les daba tanto gusto que Iguaidili subió el precio, pero los clientes se mantuvieron fieles. Ya no se quedaba sentada, ahora se acostaba y los pelaos se ponían arrodillados, uno a cada lado del catre donde ella dormía. Y se quedaban allí pegaditos a los melones kunas hasta las cuatro que ya casi regresaba la mamá.

Mientras, el tanque seguía llenándose y ya Iguaidili se veía en el aeropuerto, rumbo a Filipinas. Pero una tarde, el gemelo más astuto apareció con un billetito grande, y exigió que quería otra cosa y solo, su hermano que esperara hasta conseguir ese dinero. Hizo salir al gemelo y se encerró con Iguaidili, quien empezó a gemir tan placentera y sonoramente, que aumentó la rabia y las ganas del otro gemelo, quien golpeaba con furia la puerta pidiendo que por favor le abrieran. Fue cuando se le ocurrió llamar a la mamá, quien no tardó en llegar. La china abrió y el susto de Iguaidili fue tan grande que solo pudo ponerse el suéter y la falda, y así, sin ropa interior y descalza, huyó despavorida olvidando sus tanques de ahorro…

Últimos Videos