¡Inocente mariposa!

A las ocho y treinta de la mañana ya la noticia era del dominio público. Los medios escritos, radiales y televisivos, ayudados por las m...
  • sábado 28 de diciembre de 2013 - 12:00 AM

A las ocho y treinta de la mañana ya la noticia era del dominio público. Los medios escritos, radiales y televisivos, ayudados por las mil filiales de radio ‘Bemba’, habían difundido la renuncia irrevocable del presidente. Fue a esa hora, cuando venía de la tienda con una flauta en una mano y un litro de leche en la otra, que se enteró Fausto de la novedad: ‘Suplico y ordeno que Pacha me reemplace, tal como ordena la ley, porque fueron sus votos los que me sentaron en esa silla…’, según comunicado de prensa del despacho presidencial, anunciaban los medios. ‘Cosas veredes, Sancho’, pensó Fausto y continuó su camino.

Se le agrió la mañana apenas vio a su eterno enemigo, que, al igual que él, con la parte superior del piyama, bermudas y enchancletado, hablaba por celular en la terraza de su casa. Pese a su disgusto le gritó: Felices Pascuas. Igual, igual, le contestó Juancho.

Llevaba Fausto 40 años odiándolo en silencio, porque tenía la espinita de que su mujer, Loisa, había tenido algo con él, pero nunca pudo comprobarlo, aunque la sospecha lo había desvelado muchas veces durante las cuatro décadas de matrimonio. Ojalá lo parta un rayo, cómo se le ocurre hablar por celular cuando hay tormenta, pensó. Dicen que renunció Martinelli, le dijo a su mujer apenas llegó. Eso es una inocentada, no ves que hoy es 28 de diciembre, replicó ella, y a Fausto se le prendió el foquito. ¿Ah, sí?, pero lo que sí es verdad es que se petateó Juancho, añadió Fausto sin dejar de mirarla. Cómo, cómo es eso, preguntó Loisa con la barbilla temblorosa.

Esta mañanita, por estar de majadero hablando por celular cuando estaba la tormenta brava. ¿Pero ya lo llevaron al médico?, preguntó la mujer, pálida y con la quijada bailándole.

¿Al médico, para qué?, no hay ninguno con ese poder ni él es Lázaro, ya Juancho está allá en el cuartito frío, dijo Fausto. Oí a la viuda chillando, agregó, pero ya su mujer no lo escuchaba, se había metido en un túnel de luces brillantes, de donde pasó a un pantano que le dobló las piernas y cayó de frente, regada y horizontal, tal cómo había caído 40 años atrás en los brazos de Lencho, el único de sus cuatro manes que sí la supo llevar adonde ella quería ir.

Quienes iban por las calles, aún sorprendidos por la renuncia del mandatario, corrieron a la casa de Fausto al escuchar sus ‘chillidos’. Mi mujer, vengan, auxilio, socorro, se me muere mi mujer, vengaaaan, gritaba entre lágrimas, sollozos y súplicas.

Dos vecinos con iniciativa y sangre fría le aflojaron la ropa y la metieron a un carro, directo al hospital, donde a los pocos minutos reaccionó llamando desconsoladamente a Lencho. Minutos después llegaron los hijos, quienes se le abalanzaron a Fausto preguntando qué le había pasado a la madre. Cayó en shock cuando le dije un inocente mariposa, dijo Fausto. A viva fuerza los hijos le sacaron la verdad al padre.

¿Por qué le dijiste que había muerto don Lencho?, no ves que ella sufre de la presión, gritaban histéricos los muchachos. Tuvo Fausto que entrar a decirle a su mujer que Lencho seguía vivo. Fue la cura milagrosa. Loisa no necesitó más calmantes y salió esa misma tarde, pero se negó a volver con su marido, pese a que él le suplicó perdón.

Es mejor vivir con la duda que confirmarla, pensó Fausto cuando regresó a su casa solitaria.