Impotente
- martes 04 de octubre de 2016 - 12:00 AM
Sandro se despertó y quiso, pero lo notó aguadito, como si estuviera recién vaciado; aterrado pensó que la impotencia había llegado a su vida. A las seis le avisó a su jefa que no iría porque sentía un dolor raro. ‘Vaya al médico, Sandro, puede ser algún problema con la próstata', dijo la dama.
El comentario lo devastó por la mención de la palabra próstata, que él asociaba enseguida con un bajón o fin de la virilidad. Recordó las anécdotas de varios compañeros que ya se habían enfrentado a ese ‘asesino', ‘es como si la muerte te coqueteara todas las noches, pero sin llevarte, se agoniza sintiendo el trasero de la mujer pegado ahí y uno sin poder hacerle nada'.
Buscó imágenes de mujeres desnudas y las miró largo rato, pero nada, su miembro seguía durmiendo. No le dijo nada a su mujer, pero se acostó de cara a la pared por si ella pedía saladito, y fue cuando recordó que Celeste llevaba tiempo que no lo buscaba. Tampoco se lo negaba, pero se lo daba sin ganas, como para salir del paso. Pensó que de seguro ya ella había notado que el pene se le estaba aflojando.
Leyó sobre la impotencia, y empeoró porque le parecía que ya tenía varios de los diez síntomas. Se armó de valor y se lo dijo a Celeste, que le contestó ‘no te preocupes, mi amor, yo lo había notado ya, y mira que parece que nos llegó juntos, porque yo también ando desganada, ya ni me parece hacerlo'. Esa revelación le trajo algo de consuelo, pero cuando veía a su mujer salir arregladísima para el trabajo le remordía la conciencia. La crisis alcanzó su máximo nivel cuando Celeste le dijo que prefería dormir en la sala ‘para que él no se sintiera mal'. Él la miró desolado y ella agregó: leí que la impotencia a veces se cura después de varios años.
Sandro no pudo contestar, preocupado porque la curación demorara muchos años. Se acostó y se durmió enseguida, derrotado por el cansancio. No se dio cuenta de que su mujer se mudó. Lo supo al día siguiente, cuando vino un cuñado a comunicarle que Celeste andaba ‘brutamente' enamorada de un pelao y con él había iniciado otro hogar. La noticia lo sentó por varias horas sin dejar de culparse por su ‘impotencia'. Así estuvo hasta la tardecita, cuando a su casa llegó la vecina Auristela, de carnes machacadas por la vida, pero abundantes y bien repartidas; la mujer le dijo que andaba vendiendo una tómbola de la bisnieta graduanda de bachiller en no recordaba qué, y le puso las quejas de los profesores que inventan demasiadas actividades como si la plata creciera en los palos. A Sandro le causó gracia la ocurrencia y le contestó que hay categorías de problemas, los que se pueden resolver y los que no, que estos últimos sí son problemas. Le contó su ‘problema' a Auristela, quien le aconsejó que ese asunto del pito caído es como cuando uno necesita una cirugía: no hay que quedarse con una sola opinión, y agregó: Usted lo que debe hacer es probar con otra mujer para ver si con la otra le pasa lo mismo, a veces el pito se aburre de la misma cosa, pruebe y si de nuevo falla, entonces sí puede decir que usted es impotente. Auristela le propuso que le comprara todos los boletos de la tómbola y ella misma lo ayudaba con la segunda opinión: ‘Yo estoy vieja y he volado pito a tutiplén, pero todavía aguanto el meneo de un cuarentón como tú', dijo y se desvistió, dejando al descubierto los senos de feria que habían resistido los años y todavía estaban firmes. Fue suficiente para que el caído se levantara erguido y majestuoso como nuestro cerro Ancón, y se hundió en las profundidades de la añosa mujer que se paró firme y no pidió cacao. La supuesta impotencia solo estaba en su mente. Bien lo dijo Gautama: ‘Sabios son aquellos que dominan el cuerpo, la palabra y la mente'.