El hombre de los tres pies

El comentario cayó como un rayo sobre Verónica, quien ese día recibió a Carlos furiosa, y lo acorraló con las cinco clásicas
  • domingo 08 de enero de 2017 - 12:00 AM

Pese a los abrazos y las promesas de cambios favorables comunes durante el simulacro de paz y amor que se vive en Navidad y Año Nuevo, apenas terminó la farsa, los lugareños afilaron la lengua y la soltaron para ‘comentar' los errores ajenos, tal como hicieron cuando Carlos anunció que se casaba con Verónica. ‘Los cachos ya vienen bajando a millón, veinte años de diferencia, curvas y un ímpetu joven es igual a candela pura', aseguraban los de habla insensata. Con el paso del tiempo, que va poniendo cada cosa y a cada quien en su lugar, fueron acallándose los rumores. El viejito, como le decían al cuarentón, podía caminar con la frente en alto, ni sospecha daba Verónica, al contrario, el cuento que se oía era que Carlos tenía su cualquier cosa con alguna, cuyo nombre y señales nadie sabía.

En la asamblea para escoger a la nueva directiva del club navideño, una damita no soportó ver feliz a Verónica con su billete en mano para pagar la inscripción, y le soltó el bochinche: tu marido anda buscando por fuera lo que tú no le das, así que pela el ojo, dijo la inocente y cortó de un solo tajo la felicidad de Verónica, que esa noche le rogó a su marido que le dijera quién era, cómo era, edad, lugar de residencia y tiempo del queme. Carlos hizo un teatro barato, pero logró convencer a su mujer de que era ella la única que gozaba ese garrote que natura le dio y que, según sus tíos, era herencia inequívoca del abuelo jamaiquino que se quedó perdido en estas tierras para seguir a una chola tetona y caderona que tenía un meneíto montañero y sabrosón. La sospecha se apagó por varias semanas, pero reapareció cuando Verónica publicó en su perfil ‘completamente feliz, realizada y agradecida con Dios por haberme dado un esposo maravilloso que al mismo tiempo es un amante incomparable'; este estado no lo soportó una supuesta amiga y, con la agilidad del malvado, comentó que nadie, ni siquiera una viuda, puede estar segura de su marido.

El comentario cayó como un rayo sobre Verónica, quien ese día recibió a Carlos furiosa, y lo acorraló con las cinco clásicas: quién es, cómo es, cuántos años tiene, etc. Carlos volvió con su teatro, pero sintió temor de que su mujer descubriera lo suyo, y tomó precauciones. Verónica ignoraba que él llevaba rato comprando ropa y zapatos idénticos a los del vecino de la sexta etapa. Solo aquella y Carlos sabían los porqués de esa copiadera.

Pasó varias semanas sin visitar la casa ajena. ‘Es mientras a esa se le pasa la preguntadera', le dijo a la amante, que exigía que llegara a darle lo suyo. Un chat de la intrusa lo hizo arriesgarse: ‘Si eres machito, llegas, y si no, allá tú, sometido, aquel también anda preguntando y yo no ando con tembladera'.

Pasó cuando venía del trabajo, a medianoche. La mujer lo recibió ardiente y con un repertorio que lo volvió loco y lo dejó extenuado. No pudo evitar coger un cinco. Despertó cuando oyó el canto de un gallo. Sintió que se moría, pensó en su mujer y el terror lo dominó. Con las sienes a punto de reventar se vistió, echó sus zapatos en la mochila y ‘voló' descalzo y tembloroso. Respiró aliviado cuando se acostó y vio a Verónica dormida, cogida en el traguito que él le había sugerido para que perdiera la compostura y lo esperara con ganas de guerrear.

Se acomodó con cuidadito. Todo bien. Se durmió feliz. Un zapatazo lo despertó antes de las nueve. Era Verónica, que exigía con violencia que le explicara por qué había tres zapatos y no dos en su mochila…

Mientras, en otra casa, no lejos de allí, el jefe de la familia peinaba la recámara en busca del zapato derecho que no hallaba por ningún lado y que había puesto allí la noche de la celebración para recibir el 2017.