Hoja de vida

La sonrisa se volvió rictus y el sudor le empapó la ropa cuando Romiro se quitó los lentes
  • domingo 20 de agosto de 2017 - 12:00 AM

La dinámica de la vida ordena que los precios suban en ascensor y los salarios por la escalera, lo que a todos nos va complicando al punto que algunos echan mano de lo que sea para vivir cómodamente. A Reynaldo le tocó una mamá de esas que en nombre del amor les hacen daño a los hijos malcriándolos y tapándoles los errores. Desde que estaba en la primaria, Reynaldo mostraba una indisciplina fuera de orden, pero la madre, al recibir las quejas de la maestra, se envalentonaba y la acusaba de ‘tenérsela velada' al pelao, y se convertía en su protectora y abogada ante las autoridades educativas. Y así pasó Reynaldo de escuela en escuela, siempre con la misma historia: ‘La maestra se la veló'. Y mientras mamita respiró, Reynaldo vivía cómodamente y hacía alarde de ropa fina, buen celular, buena comida y todo lo que pagaba la mala madre, que, cuando pasó a la otra línea, le dejó una serie de deudas que él, a duras penas, logró cancelar con lo que le dieron del seguro de vida, la plata se le esfumó más rápido que ligero, dejándolo, de repente, enfrentado, sin un real, a la dura vida. Consiguió un trabajito, pero el sueldo no le alcanzaba para seguir llevando su estilo, y entonces, decidió enamorar a una mujer de esas que tienen un salario astronómico, con el propósito de que esta asumiera el papel de proveedora. Lo intentó con varias damas, pero las elegía de buen ver, y estas, apenas se enteraban de que ganaba un salario de cebolla, se iban alejando hasta darle el ultimátum, todas buscaban uno que sumara, lo que no podía hacer Reynaldo, quien, tras meses de lucha, cambió de táctica y dejó de enamorar a las bellas, inclinándose por las menos favorecidas, a las que les exigía como único requisito que tuvieran un sueldazo. Así conoció a Ela del Pilar, quien se ajustaba cómodamente a la panameñísima expresión ‘ni fea ni bonita', a la que la adornaba el puesto de administradora de una gran empresa, trabajo por el que devengaba un pago que puso a Reynaldo a soñar despierto. ‘La belleza de una mujer está en su cartera', se repetía Reynaldo cuando lo agobiaba el haber renunciado a otro de sus sueños: casarse con una dama curvilínea y hermosa. Durante el primer mes de noviazgo no apuró a Ela del Pilar con peticiones de sexo, y así estuvo hasta que el cuerpo comenzó a agobiarlo y se hizo sordo a sus llamados a calmarse ‘que estaba en juego un gran negocio' y dejó de aceptar los paliativos manuales. Cuando se lo pidió a Ela, esta se negó rotundamente y le habló de su sueño de casarse virgen, así que apuraron la entrevista de Reynaldo con el padre de la novia, un don medio amargado y conocido por la transparencia y rectitud en todos sus actos y quien exigió una hoja de vida antes de conocerlo. Hasta la misma novia se sorprendió cuando leyó la hoja de vida que le preparó Reynaldo, y se culpó por no haber intentado ayudarlo a conseguir un mejor trabajo. El hombre, según el papel, tenía tres títulos, era arquitecto, ingeniero industrial con un énfasis múltiple y varios semestres de finanzas y una lista larguísima de cursos y diplomados, cuyo número triplicaban los seminarios, cursos y cursillos variados. La entrevista fue al día siguiente, porque el papá de Ela, don Romiro, se iría de viaje con su nueva esposa a Estambul, y quería dejar a la hija casadita. ‘Muy buena hoja de vida', dijo don Romiro cuando leyó las doce páginas que señalaban cronológicamente los estudios de Reynaldo, quien llegó puntual, tranquilo y sonriente a la petición de la mano y de la cuquita de la unigénita del viejo ricachón que aún volaba cintura como un chiquillo. La sonrisa se volvió rictus y el sudor le empapó la ropa cuando Romiro se quitó los lentes, los limpió y le dijo: ‘Dónde están los diplomas y certificados de todos estos títulos, quiero y exijo verlos o no habrá boda'.

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