Herrero encuero
- miércoles 22 de marzo de 2017 - 12:02 AM
Fermín no podía ver un trasero carnudo porque se le confundía el entendimiento y quedaba a merced del abismo de las malas pasiones. Llevaba una semana en ese trabajo de herrería cuando todo se fue al carajo debido a que Liza, la dueña de la casa, salió en vestido de baño a abrirle la puerta. A Fermín le costó apartar los ojos de la abundancia de carnes. La mujer lo miró como si él fuera poca cosa, y eso lo llenó de una ira rara, por un lado la deseaba y por otro quería golpearla hasta que ella le pidiera disculpas por haberlo mirado feo. El compañero, para desanimarlo, le dijo que Liza no comía panas; la revelación lo enfureció más, y se encapricho en que antes de que terminara el trabajo le sacaba, mínimo, conversación a la suculenta Liza que se bañaba tranquilamente en una gigantesca piscina de plástico que su marido le había regalado para Navidad, con la promesa de que antes de que terminara el 2017 él le construiría una real.
A mediodía, decidió pasar a la parte trasera de la casa, donde se bañaba Liza, a preguntarle sobre la nacionalidad del marido. ‘Supe que el señor de la casa, o sea, tu marido, es suizo', le dijo. Liza dejó de untarse la crema y lo miró orgullosa: ‘Sí, mi esposo es suizo, y mi exesposo era sueco', contestó la bella sin dejar de untarse su bronceador. ‘O sea que usted no come panas', le soltó Fermín en un arranque de imprudencia. A la mujer debió parecerle un atrevimiento, porque se metió de nuevo a la piscina y lo dejó con la palabra en la boca.
El desplante, en lugar de ubicarlo, le disparó las ganas, y le quitó el apetito. No razonaba ya, en su mente solo estaba la idea de desquitarse las ofensas de Liza, y la única vía que concebía para sacarse la humillación era doblegándola. ‘Tenías razón, el marido actual es un suizo y el de antes era un sueco de quién sabe dónde', le dijo al compañero de trabajo, quien llevaba rato tratando de calmarlo. ‘Eso me dice que ella no ha probado un buen rejo, esos europeos ni tienen con qué ni saben cómo hacer feliz a una mujer', le comentó al compañero justo cuando Liza, ya vestida, les trajo algo para almorzar. La acción le cambió el ánimo a Fermín y le devolvió el apetito. ‘Ella lo hizo para disculparse conmigo, a veces una acción vale más que mil palabras', le decía al compañero, y quiso él entrar a la casa a devolver los platos. La encontró frente a la refrigeradora, y no pudo con sus malos pensamientos. Le puso sus manos callosas en la cintura y se pegó a su retaguardia diciéndole ‘nunca te han punteado así, verdad, tú no sabes lo que es un rejo panameño'.
‘Quítate esa ropa asquerosa y esas botas', le gritó, sorpresivamente, ella, y Fermín obedeció. En un segundo quedó en el primer traje de Adán, e iba a ponerle a ella el de Eva cuando oyó la voz inconfundible del esposo de Liza. Supo de inmediato que había sido una trampa de ella mandarlo a desvestirse, y como un destello se percató de que su única salvación era huir, y le tocaba hacerlo encuero, tal como vino al mundo, porque el medio minuto que gastaría vistiéndose podría significar su paso al otro mundo. Salió volando por la cocina, de allí corrió hacia la parte delantera, donde ya no estaba su compañero de trabajo, y logró salir de esa propiedad un segundo antes de que el suizo empezara a soltar balas en esa dirección. Más adelante halló a su compañero, y tuvo que refugiarse en un taller hasta que su amigo fue a comprarle una muda de ropa nueva. Llegó a su hogar estrenando vestido, pero en chancletas, porque al salvador no le alcanzó lo que llevaba para comprarle botas. La mujer casi lo mata cuando supo que ‘lo habían asaltado y hasta la máquina de soldar ya estaba en otras manos'.