Gorrero

El hombre escuchó callado y dijo: ‘Deme un dolita y le digo todo eso'; Efigenia le dio un martineli
  • domingo 08 de abril de 2018 - 12:00 AM

Quienes vieron a las dos mujeres revolcándose en las afueras de un bar pensaron que estaban enfrascadas por algún manduco, nada más alejado de la realidad, ambas habían llegado a ese lugar a buscar a sus maridos que, por razones desconocidas, habían extraviado el rumbo al hogar. Efigenia, esposa de Nicomedes, llegó primero, pero no entró, le mandó un mensajito al perdido con otro borrachín que salió a comprar un pollito asado: ‘Dile que yo estoy aquí afuera, y que si no sale en cinco minutos yo voy a entrar en persona y lo voy a sacar a la fuerza, que él sabe muy bien que tengo la mano pesada'.

El hombre escuchó callado y dijo: ‘Deme un dolita y le digo todo eso'; Efigenia le dio un martineli y se quedó atenta al reloj para llevar la cuenta regresiva de su marido, así estaba cuando llegó Rubiela, la esposa de Abelardo, el compañero de pintas de Nicomedes. La mujer venía con la misma intención de Efigenia, las pailas en su casa estaban volteadas en espera de que aquel llegara con el arrocito y el acompañante.

Venía endiablada y ni siquiera dijo buenas tardes, encarada le preguntó a Efigenia qué hacía allí, y ella le contestó ‘lo mismo que tú', lo que no le cayó bien a Rubiela, que canalizó su ira en contra de Nicomedes diciéndole a la otra: ‘Yo estoy harta de tu marido, y cualquier rato lo voy a parar, siempre corrompiendo a Abelardo, él es el responsable de esa tomadera de mi marido, Nicomedes no sabe pasar por aquí si no entra a la cantina, cualquier rato me agarra de atrás para adelante y lo voy a ubicar, no es posible que Abelardo se gaste toda la quincena en cerveza mientras mis hijos y yo estamos saltando garrocha, es que me provoca entrar y agarrar a Nicomedes a botellazos'.

Un ‘jooo' fue lo único que pudo articular Efigenia, y pasaron dos segundos antes de desbocarse en contra de Rubiela, acusando al marido de esta de ser un vulgar gorrero que siempre se embriagaba a costilla de Nicomedes. ‘De qué hp quincena hablas, si tu marido nunca paga ni una onza de guaro, mi marido es el que paga las pintas, Abelardo se emborracha con la plata de Nicomedes, Abelardo es un gorrero del carajo, hablando tú de plata malgastada, además, tu marido no es ningún chiquillo como para que lo corrompan, si Abelardo se mete a la cantina es por su voluntad, Nicomedes no lo mete a la fuerza, bien contento que entra porque sabe que mi marido es el que paga los tragos, infeliz gorrero es Abelardo', gritó Efigenia, y esto encendió a Rubiela, quien tiró el primer golpe a quemarropa en la cara de la mujer de Nicomedes.

El trompón hizo trastabillar a Efigenia, pero cuando logró el equilibrio soltó dinamita pura; ‘huye que te vienen dando' pareció decirle a Rubiela el puñetazo que recibió, retrocedió de inmediato buscando estabilidad y luego arremetió contra la rival que también tenía su bachillerato en peleas a mano limpia. Se fueron al piso agarradas del pelo y allí estuvieron dándose puño, azuzadas por la gente que iba en los autos que se estacionaron para no perderse el enfrasque. ‘Dejen de matarse que hay muchos manducos mejores que ese que ustedes pelean', les gritaban los transeúntes.

Fue la vendedora de pollo asado la única que tuvo la iniciativa de entrar al bar y sacar a los maridos de las peleadoras; a los hombres les costó asimilar la realidad, pero finalmente salieron, supuestamente, a poner orden, lo que no lograron porque ni ellos mismos podían mantenerse en pie. Unos clientes del bar, recién llegados, separaron a las damas y estas, al verse liberadas, se les abalanzaron a los maridos para aclarar quién era el que pagaba el pinteo, y los borrachines, fieles a la cita que reza ‘todo borracho siempre dice la verdad', dijeron que pagaban a partes iguales, y caminaron derechito para sus casas dando validez a otro refrán que dice: ‘Los borrachos son como los gatos: siempre regresan a casa y nadie sabe cómo'. |

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