Un flojo en apuros

Muchos ignoran que para quererse hay que parecerse, y para casarse hay que ser casi gemelo
  • jueves 26 de marzo de 2015 - 12:00 AM

Muchos ignoran que para quererse hay que parecerse, y para casarse hay que ser casi gemelo. A Priscilla le urgía tener marido en casa, y apenas conoció a Kevin lo amarró antes de que se le adelantara otra necesitada. Ignoraba que el bello era un flojo que se levantaba a las dos de la tarde y a esa hora ingería, juntos, el desayuno y el almuerzo que su abuelita le dejaba listos para meterlos en el microondas. La señora siempre complacía al nieto, quien le exigió para el cumpleaños unas zapatillas carísimas, deseo que ella le cumplió, y fue en el centro comercial donde el flojondango y abusador Kevin, de 25 marzos, conoció a Priscilla, quien se antojó de ir enseguida a conocer a la abuelita con el fin de sacarle información sobre la vida sentimental del nieto. La doñita, deseosa de salir del nieto vividor, convenció a Priscilla de que Kevin era el hombre indicado para ella. ‘Nunca ha tenido novia, y es muy hacendoso, limpia la casa, lava y cocina mejor que yo, y jamás dice una mala palabra, y no conoce la pereza, ahora mismo está desempleado, pero ya un político me aseguró que pronto lo llaman, aunque sea para poner sellitos en un ministerio, pero lo importante es que lo pongan en planilla’, le aseguró la abuelita a Priscilla, y pronto surgió el noviazgo, que pasó raudo a boda porque la viejita exigió rapidez debido a unas punzadas en el pecho que ella, con dolor en el alma, presentía que eran el aviso de que su fin no tardaría mucho.

Los padres de Priscila preguntaron enseguida cuánto ganaba el mancito, pero ella respondió que eso no importaba. ‘Lo que importa es que está soltero y que no le estoy tumbando el marido a ninguna’, dijo la enamorada y miró al papá, que aprobó el casamiento antes de que a la hija se le fuera le lengua y le dijera a la mamá ciertas cositas que ella había descubierto de su progenitor, quien tuvo que sacar los ahorritos para el abono del alquiler adonde se mudaron los nuevos esposos unas horas después del enlace civil.

La primera guerra surgió enseguida, Kevin quiso meterse a la cama sin bañarse ni cepillarse. Lo hizo a regañadientes, pero oyó otro grito de su mujer: ‘La pasta dental, por favor, ponle la tapadera y colócala en su lugar’.

Fue cuando surgió el nieto consentido que el muchacho llevaba dentro y le dijo: ‘Ponla tú, por esa bobada armas esa gritería. Me estás cabreando, cuidado y me regreso para donde mi abuelita, ella no anda con esa pulcritud’.

‘Esas zapatillas hieden, ponlas afuera’, le ordenó Priscilla. ‘Mañana’, dijo Kevin y se puso de espaldas a la pared. No vio que su mujer lanzaba el calzado por el balcón; cuando lo supo se descontroló y le exigió que bajara a buscarlas, lo que hizo ella, pero no las encontró por ningún lado.

Discutieron largo rato, y fue esa la única vez que Kevin dijo palabras desafortunadas que hirieron tanto a Priscilla, por lo que volvió a empacar su ropa y anunció que se iba.

‘No soporto a la gente desordenada’, le gritó llorosa. Y bajó las diez maletas que había llevado. Kevin la oyó salir y no se desesperó por retenerla. ‘Ella vuelve solita’, pensó y durmió feliz toda la noche, pero los días pasaron y Priscilla no regresaba. Cuando llegó la fecha de pagar el alquiler no tuvo con qué, por lo que regresó donde la abuelita, quien, para sorpresa de él, estaba acompañada de otro viejo tan obsesionado con el orden y la limpieza que le tocó adaptarse a ese sistema o irse a vivir a la calle. ‘Obedezca a Eladio, que ahora él es el hombre de la casa’, le dijo la abuelita cuando aquel le ordenó que llevara las zapatillas nuevas a su lugar.

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Máxima: Cada oveja con su pareja.

Joyita: Lava, limpia la casa y cocina como un chef.

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