Un falso policía

La primera actividad de Foncho, apenas se despertaba, era mirar el celular para ver si en las horas de sueño se había hecho el milagro: ...
  • viernes 28 de febrero de 2014 - 12:00 AM

La primera actividad de Foncho, apenas se despertaba, era mirar el celular para ver si en las horas de sueño se había hecho el milagro: ver por lo menos una perdida de Vicky, la darienita sensual, de caderas como altar y retaguardia imponente que él conoció en un viaje a Sambú, pero nada, la mujer no daba muestras de querer reconciliarse con él.

La cercanía del jolgorio de Momo lo ponía melancólico, pero a la vez esperanzado en que muchos dicen que para esta época, Cupido trabaja duro reconciliando a la gente. La noticia le llegó al regresar del trabajo: ‘Dice que llames a este número, una señora’, dijo la viejita.

‘Pero, abuela, no dijo el nombre’, preguntó Foncho varias veces. ‘Diez veces sonó el teléfono, por eso me paré y fui a contestarlo’, respondió la anciana y se quedó dormida.

Foncho marcó el número y le contestó Vicky, quien le dijo que quería irse a tirar agua al interior, donde unos familiares, pero que le parecía interesante que se fueran juntos para oficializar la reconciliación.

Foncho se llenó de dicha, la que se acabó en cuanto recordó que estaba limpio. Se quedó mirando los patios vecinos y vio que en uno había dos uniformes de policía. Como estaban tendidos sin horquilla esperó a que la brisa le diera una mano, lo que no tardó en pasar, luego los haló con un rastrillo.

El uniforme le quedaba casi a la medida. Tan bien que no llamaba la atención en la calle, excepto porque iba enzapatillado y no con las botas de tongo. ‘Tengo un hongo en los pies y no puedo usar las botas’, le dijo a un señor que lo miraba mucho.

Luego se apostó cerca de una barriada y observó el panorama. Llegó a una casa y preguntó por el jefe de la familia. ‘¿Y, cómo para qué lo busca?’, preguntó la señora. ‘Tengo una orden de conducirlo a la subestación porque tiene un lío de pensión alimenticia’, le dijo Foncho.

‘Tiene que haber un error muy grande, mi marido ya ni la lengua levanta, además está llegando a los cien años, es un error’, repetía ella preocupada, pero Foncho sacó unos documentos de un portafolio.

‘Aquí está el nombre de su marido, sí señor’, decía y fingía leer. ‘¿Seguro que ahí dice Nicolás Obama Uribe?’, dijo la doñita. ‘Así mismo’, respondió Foncho, quien, ayudado por su memoria fantástica, grabó el nombre.

‘Ay, Dios, señor policía, si usted se lleva a mi viejo preso, él se me muere allá, tantas medicinas que toma, fíjese que ahora mismo anda en un tratamiento, oiga, si yo le doy mis prendas de oro viejo, ¿usted no podría romper esos papeles que tiene ahí con el nombre de mi pobre marido?’. Hicieron un trato.

La doña trajo su bolsita de prendas y Foncho rasgó los documentos, luego los prendió para que la señora quedara tranquila. Pasó a vender las prendas y luego se despojó del uniforme robado.

Se fue feliz para su casa a mirar la tele y esperar la llamada de Vicky. ‘Hombre disfrazado de policía asalta a anciana, el impostor y ladrón está identificado, gracias a la cámara de vigilancia de la familia, más detalles en unos minutos’, anunciaban en los adelantos noticiosos.

‘Estoy perdido’, pensó y salió para la casa de Vicky, a pedirle que adelantaran el viaje. No fue lejos, porque el policía vecino y dueño del uniforme robado lo atrapó en la salida de la barriada.