El extraño vecino
- sábado 12 de marzo de 2022 - 12:00 AM
A finales de la década del 80 llegó a Los Algarrobos un sujeto muy extraño. No entablaba conversación con nadie y siempre andaba solo. Su mirada era tenebrosa y fija. Su sola presencia perturbaba el ambiente.
Consiguió alojamiento en un anexo que construyó Doña Juana. El cuarto estaba muy cerca de una quebrada, por donde cruzaban los estudiantes, artesanos y agricultores para ir al otro extremo del pueblo, donde había más movimiento comercial y se encontraba la única escuela de nivel secundario.
Adalberto era su nombre, de unos 45 años de edad aproximadamente. A él no se le conocía mujer ni oficio, por lo que en el pueblo se murmuraba cómo hacía para pagar el alquiler y conseguir alimentos. De día solo lo veían salir a comprar el periódico y algunos víveres en el supermercado de propiedad de Don Cipriano. Lo más extraño era que todos los viernes compraba siempre lo mismo: dos velas negras, cabezas de pollo y vinagre blanco y pagaba con el dinero exacto, para no cruzar palabra con Don Cipriano.
A doña Juana le parecía raro que pasada las 12 medianoche se escucharan voces en la habitación de su inquilino. Ella pegaba la oreja a la pared para escuchar, pero era imposible descifrar porque eran como ritos en lenguas extrañas.
Doña Juana era muy amiga de Doña Petrolina. Ambas se reunían después de la misa dominical a echar cuento. Uno de esos domingos se pusieron a chismorrear en el portal de la iglesia, cuando ya toda la feligresía se había retirado del templo:
---Amiga te confieso que tengo cuatro noches que no duermo, el vecino al que le alquile la pieza mete gente en la madrugada y murmuran en lenguaje extraño y huele fuertemente a azufre, creo que adoran
---- ¡Santo Dios! Juana dile que hasta esta quincena le alquilas, tú eres hija del Creador del Cielo y la Tierra. Cuando escuches esos ruidos extraños clama al Señor Juanita.
Pasaron las semanas y los ritos y los malos olores seguían alterando la paz de la anciana de 75 años de edad. Una mañana, el pueblo de Los Algarrobos amaneció con la noticia de la desaparición de María Laura, una jovencita de 17 años, que cursaba el quinto año de secundaria y era la única nieta de Don Cipriano.
Los hombres del pueblo se reunieron y junto a Don Cipriano y los padres de la jovencita iniciaron la búsqueda en cada rincón del pueblo, sin encontrar rastro alguno.
En el pueblo se comentaba que la chiquilla se había escapado con el novio, con el profesor de educación física, que le tiraba los perros pero esa tesis se descartó porque el muchacho y el educador formaban parte del bloque de búsqueda.
Una noche Doña Juana invitó a quedarse en su casa a Petrolina, para que fuera testigo de los ritos de su extraño inquilino. Esa noche, las dos ancianas se mantuvieron tomando café para aguantar el sueño. Cuando el reloj marcó las 12 medianoche se escuchó un ruido raro, de una persona que se quejaba de dolor.
----¡Amiga escuchaste, escuchaste! Es la voz de alguien que está siendo torturada.
----Sí, santo cielo Juana y si es la jovencita desaparecida
---¿Tú crees que es ella?. Seguramente está con alguna zorra de esas ofrecidas del pueblo y están en sus porquerías. Mejor vamos a dormir.
Al día siguiente, Petrolina quedó muy inquieta y le comentó lo sucedido al cura Francisco, párroco del pueblo, quien a su vez le comentó al bloque de búsqueda y acordaron irrumpir en la habitación de Adalberto a la medianoche. Doña Juana les facilitó la entrada. El cura llegó como a las 10 de la noche con su sotana negra y la Santa Biblia en la mano, al rato lo hicieron el bloque de búsqueda, conformado por 8 hombres. A las 12 de la noche en punto iniciaron los rituales y lamentos. El sacerdote pidió entrar primero a la habitación. Cuando los 8 hombres derribaron la puerta vieron a María Laura completamente desnuda atada sobre la cama, con cuatro velas negras en cada costado y Adalberto en medio de ella alabando a satanás.
El párroco elevó la Biblia y dijo ¡ por la Sangre de Jesucristo derramada en la Cruz, libérala! Adalberto giró el rostro y sus ojos parecían dos antorchas; lanzó al cura al piso, quien de inmediato se levantó e invocó nuevamente al Todopoderoso, sacó de su bolsillo agua bendita y la arrojó sobre la cabeza de Adalberto y dijo satanás salte de este cuerpo te lo ordeno en el nombre de Cristo Jesús, que te venció en el desierto.
Los 8 hombres que presenciaron el exorcismo, aterrados, no se atrevían a atar las manos de Aldalberto por orden del cura, hasta que uno de ellos se armó de valor y decidió hacerlo. Don Cipriano desató a su nieta, quien tenía todo el cuerpo marcado con extraños jeroglíficos, la abrazo y llevó a casa. Aldalberto fue expulsado del pueblo y nunca más regresó por esa región.