Ese es tu marido

Dicen que los hombres somos unos desgraciados quemones y que nos las sabemos todas
  • sábado 09 de abril de 2016 - 12:00 AM

Dicen que los hombres somos unos desgraciados quemones y que nos las sabemos todas, pero lo cierto es que las mujeres también ponen cachos, igual que nosotros, lo único que ellas son más hábiles, en eso nos ganan por calle. Yo era el casado más feliz y más fiel, junto a mi mujer veía crecer a nuestros tres hijos, todo en mi vida estuvo bien hasta que del pasado me llegó una noticia.

Una tarde, al regresar del trabajo, encontré en mi casa a una desconocida con un joven. Mi mujer estaba con ellos, callados todos, al igual que mis hijos. La extraña se me abalanzó y me dijo: ‘Adrián, este es tu hijo, Adriancito'. Yo la empujé y la llamé mentirosa, calumniadora y todos los adjetivos que me vinieron a la mente, y llamé a la Policía, a la que le anuncié que una loca se había metido en mi vivienda y quería atacar a mi familia.

Pronto llegó un patrulla y se la llevaron, pero la mujer me advirtió que en pocos días volvería a tener noticias de ella y de mi supuesto hijo. Apenas se fueron, mi mujer me montó un espectáculo y me dio un par de bofetadas acusándome de que ese pelao no era mi hijo, sino mi marido. Y se fue enseguida para la calle, no regresó en toda la noche. Dos días después, la desconocida se me presentó en el trabajo. Para ese momento ya la había recordado, me dijo, además, que el tal Adriancito era el resultado de la semana que habíamos pasado juntos cuando ambos laborábamos en la serranía, hacía más de veinte años. Yo no tuve dudas porque la fuerza de la sangre es tal que algo sentí cuando vi al muchacho.

Me animé esa noche a hablar con mi esposa y le dije que en efecto, el pelao sí era mi hijo. ‘¿Hijo o marido tuyo?', me gritó ella, y me acusó de desviado y de que quería darle parte de una herencia que recién había recibido yo. Me quedé sin palabras cuando ella me acusó de maricón, y la sacudí un poquito. Ese remezoncito ella lo tomó como una ofensa del tamaño del mundo y llamó a la Policía para que me sacaran de la casa por agresor y por violencia doméstica con intento de asesinato.

‘Solo porque le dije la verdad, que es maricón y que quiere darle de la plata de mis hijos al nuevo marido que tiene', dijo mi esposa en la delegación, y narró, paso a paso, cómo había sido mi agresión, la cual ella inventó, hasta quebró una botella y se hirió el brazo izquierdo, para luego acusarme de haber intentado perforarle el corazón.

Cuando salí de la cárcel, gracias a los ahorros de mi madre, me di a la tarea de rogarle para que volviera conmigo, para que me dejara entrar a la casa, pero ella decía que no quería nada con un maricón como yo. Y yo, actuando en nombre del amor, que a veces nos mueve a actuar estúpidamente, me arrodillé para implorarle perdón, diciéndole: ‘No es mi marido, es mi hijo'.

El grito de ella, parece que en cierta forma conmovida por verme rodilla en tierra, brotó tan espontáneo que despertó mi sospecha. ‘No seas iluso, tú no preñas', fue lo que me dio alas para cambiar de intención, y ya no me interesó más rogarle que me perdonara. Se lo conté a mi madre, quien también, según supe luego, tenía sus sospechitas. ‘Yo les busco y les busco a tus hijos algún rasgo de nosotros y no le hallo nada a ninguno', me confesó mi progenitora.

Al día siguiente, mi esposa me puso la demanda de divorcio, advirtiéndome que por infidelidad no me tocaría ni sebo. Yo exigí un ADN a mis hijos y también al recién aparecido, y resultó que solo este último era mío, los demás, los del hogar, quizás sean del hombre que por años, supe ahora, ha sido el amante de mi exesposa…

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Confesión: Amor, disculpa, pero acabo de saber que tengo otro hijo.

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Revelación: ¡Eso es cuento! Tú no preñas.

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