Error caro
- miércoles 19 de octubre de 2016 - 12:00 AM
Cada día aumentan las víctimas de las redes sociales y del teléfono móvil; estos hallazgos tecnológicos han roto muchos hogares y ni se diga de otras relaciones de pareja afectadas por la vorágine de la revolución informática que casi gobierna a la humanidad en los últimos años. En este jueguito caen los de mente débil y los de corazón demasiado generoso como Robles, quien le prestaba el celular a cualquiera. De su generosidad congénita se aprovechaban los quemones de ambos sexos, que llamaban a la media naranja del celular ajeno y hasta le chateaban frases indecibles que ni siquiera borraban.
Esa mañana de la ‘desgracia', le pidió el teléfono Randy, un bueno para nada que siempre andaba en infidelidad, todas de puro vicio, porque tenía cuca segura en la casa, solo que le gustaba comer afuera. Siempre elegía a las casadas, porque sabía que esas no lo presionarían para que dejara a su esposa. Siempre andaba limpio, porque la esposa, como a toda damita, le encantaba el olor de los verdes. Por eso tenía el celular solo para recibir, nunca le metía tarjeta, porque no le alcanzaba. ‘Eso significa quedarme sin almuerzo un día de la quincena o hasta dos', decía Randy cuando los compañeros comentaban burlones ‘tú nunca tienes ni para un chat, no seas tacaño'.
Ya nadie le prestaba el teléfono, solo el buenazo de Robles, quien esa mañana tampoco se lo negó. ‘Coge, pero no te demores que mi esposa me va a llamar ahora mismo o me va a chatear y si me ve en línea creerá que soy yo', dijo el bondadoso con un hilito de voz. Pero a Randy no le importó la recomendación del amigo y se demoró 90 minutos wasapeando mientras Romira le chateaba a su marido pensando que era él quien estaba en línea. El reclamo de la esposa dejada ‘en visto' fue soberbio, hasta exigió revisar el celular para comprobar que Robles había estado en línea tanto tiempo sin responderle. Estaba en la ‘revisión' cuando entró una llamada de un número desconocido. Era el esposo de la amante de Randy, quien exigía el nombre del infeliz que se estaba goloseando a su mujer. Romira no se dejó aculillar y negó que su marido hubiera escrito esas porquerías, pero el otro le mandó una copia de los textos escritos por Randy. En el nerviosismo, la esposa de Robles dio la dirección del trabajo de su marido, y a primera hora del siguiente día, el reclamante llegó allá con sangre en los ojos. Se topó en la entrada con el mismo Randy, a quien le preguntó quién era Robles. El quemón titubeó y sintió que un escalofrío le recorría la espina dorsal. ‘No ha llegado', dijo tímidamente. Y se fue a contarle el percance a los compañeros, quienes se armaron de valor y fueron a poner orden. ‘Para qué busca a nuestro compañero Robles', le preguntaron al grandulón marido de la amante de Randy. El hombre vomitó un par de adjetivos de los peores en contra de Robles, acusándolo de estarle ‘trabajando' a su mujer y de haberle escrito cochinadas vía wasap. Mientras, Randy trataba de salir de los predios de la empresa, porque aunque bravito en la cama con las mujeres ajenas, era un cobardón. Quiso salir hecho el inocentito, pero justo en ese momento los amigos de Robles le aclaraban al cachudo quién era el real autor de esas porquerías: ‘Ese es el que se está comiendo a tu mujer'. Y se formó el revolcón. El otro trató de tirarle el carro, pero tuvo que bajarse, porque como todo hombre que se mete con mujeres ajenas, Randy era rápido con las piernas y se escabulló entre el pesado tráfico de mediodía. No pudo alcanzarlo, pero Randy se quedó sin trabajo porque el cornudo juró que regresaría todos los días a ‘esperarlo', y que lo dejaría vivo, pero sin pito. ‘Se los voy a cortar, para que nunca más vuelva a tirar, en adelante solo comerá con los ojos o con las manos'.