El uñazo

Dos dudas asaltaron a Fabián: una era si su mujer lo estaba engañando, y otra, si era el o la amante
  • jueves 05 de abril de 2018 - 12:00 AM

Eran varios los compañeros de trabajo caídos en la megatormenta de infidelidad que azota el mundo; cuando el cornudo llegaba, vuelto leña, era Fabián el encargado de levantarlo a punta de consejos y les lavaba el cerebro para que no fueran a atentar contra su propia vida o a borrar del libro de los vivos a la infiel.

‘Dale tiempo al tiempo, no atormentes tu mente con preguntas que no tienen respuesta, respira profundo, cuenta hasta mil antes de tomar una decisión irreversible, no le des a conocer al mundo tu problema ni pongas cara de afligido, desecha por completo la idea de volver con ella o de perdonarla, los cachos no tienen vuelta atrás y menos si tienes la evidencia de que hubo un ‘cogido', perdonar eso no es de hombres, y nada de llorarla ni de hacer el ridículo, cómprate otro chip para que no tengas la tentación de llamarla, no le haga ningún disparate ni intente vengarse de inmediato, cójalo con calma, recuerde que la venganza es un plato que se come frío', eran los consejos que siempre les daba Fabián a las víctimas de los cachos, quienes lo buscaban porque tenía él una alta capacidad de escucha, y cuando alguien enfrenta una pena no hay mejor bálsamo que hablar de eso y de nada más.

En el trabajo lo llamaban ‘el Consejero', y Fabián se sentía orgulloso de ese apodo, pero la vida le tenía guardada su sorpresita una tarde en la que, por pura travesura, curioseó en el wasap de su mujer, Eileen, y tan solo un chat le llenó la boca de un líquido ácido que le encogió el estómago al punto que ella misma, cuando regresó a buscar el aparato que había olvidado, lo halló revolcándose de dolor. ‘Anoche, mientras me bañaba, me di un uñazo allá abajo, creo que me corté un poquito porque me arde cuando orino, ahora me revisas y me pones un ungüento', decía el mensajito enviado a una tal Isabella que en su perfil tenía una foto de hombre.

Dos dudas asaltaron a Fabián: una era si su mujer lo estaba engañando, y otra, si era el o la amante. Pasó la tarde completa rumiando la pena, y cuando se alivió totalmente, la enfrentó vuelto un mar de lágrimas, pero aquella le dijo que sí tenía otro y que ahora que él lo había descubierto llegaba la hora de hablar de divorcio y que ella recogía sus cosas y se marchaba en cuanto terminara de empacar.

La partida de Eileen fue dos horas después, iba con el rostro radiante que saben poner las recién enamoradas, y le tocó luchar a brazo partido para apartar a Fabián, que en un intento desesperado por retenerla, se le abrazaba a las piernas rogándole que se quedara. ‘Yo te perdono todo', le decía, y la bella le contestaba: ‘Yo no te he pedido ni pienso pedirte perdón'.

El abandono conyugal lo supieron enseguida todos sus amigos, porque el cornudo se desangró en el estado del wasap y en todas sus redes, escribía cartas largas a su ex pidiéndole que volviera, y pasó la noche en vela, atormentado pensando que aquel estaría curándole la cuca a su mujer. Casi al amanecer empezó a escribir reiteradamente: ‘Yo soy el único que puede curarte ese uñazo, mami', y fue cuando los antiguos aconsejados decidieron llegar hasta la casa de él a ofrecerle el consuelo que tantas veces él les había dispensado. Llegaron justo cuando Fabián se disponía a rastrear el nuevo domicilio de Eileen. ‘Usted no tiene nada que buscar allá', le repetían los compañeros, quienes tuvieron que darle varias bofetadas para que saliera de la crisis mezcla de rabia y dolor. ‘Yo solo quiero decirle tres verdades a ese que me la quitó', repetía, y cuando estos le pusieron cara dura recordándole los consejos que les daba, Fabián empezó a llorar con tanto desconsuelo que se juntaron las lágrimas de todos, luego lo acosó un vómito violento, y ninguno pudo evitar que se ahogara con sus propias aguas, producto del dolor del tamaño del mundo que le oprimía pecho, estómago, hígado...