El juegavivo
- miércoles 05 de junio de 2013 - 12:00 AM
> co !pstar verde oscuro.! < A bel había obtenido en la universidad de la vida, a la que vamos todos y que es gratuita, un diploma de juegavivo, el que se ganó con altos honores. Por eso era odiado desde kínder, cuando les sacaba la merienda a los compañeritos, y más tarde le hurtaba los útiles y el dinero que los otros llevaban para el recreo. Fue después cuando se le ocurrió meterse a político, animado por sus allegados, que lo conocían requetebién: dale que tú tienes madera para ese afán, tú eres el que el pueblo necesita.
Y así quedó metido en la danza de la política, en la que llevaba muchas posibilidades de salir vencedor. La gente lo seguía y le decía, tras darle una palmada: estamos contigo, mano, tú eres el hombre que vamos a poner en la 5 de Mayo.
En ese tiempo de bonanza emocional estuvo Abel muchos meses, tiempo en el que también conoció a Lula, una hermosa mujer de armas tomar que lo volvió casi loco, pero pudo, gracias a su carácter, mantenerse frío y llevar el romance a escondidas, por temor a que la infidelidad saliera al tapete y le malograra sus aspiraciones.
Fue ella, la del busto gigante, la primera en la que Abel pensó cuando vio los resultados de las votaciones, pues pensaba ponerla de jefa en alguna dependencia, planes que se iban al carajo con la derrota. Creyó leer en la mirada de muchos un pensamiento de burla hacia su candidatura frustrada, pero no se dejó intimidar e hizo correr la voz de que iría casa por casa recogiendo lo que era suyo: los obsequios que había otorgado a quienes creyó que estaban con él. Uno de sus primos le vino con el cuento de que sospechaba que Lula se entendía con el rival que sí ganó las elecciones. La vi ayer conversando animadamente con él y no me parece que si ella y tú se entienden esté hablando tan coquetamente con ese tipo.
El comentario lo devastó y olvidó sus remilgos de casado. El rencor subió de tono cuando llegó a la casa de la bella y vio estacionado en el patio el lujoso carro de su exrival político.
Pero se bajó con aires de policía y los encontró en la sala, sentados y charlando tan amenamente como le había descrito su primo. El hombre lo midió con la mirada y dijo: Felicidades, campeón, sacaste buco de votos, casi me tumbas.
Abel no pudo soportar el comentario, pues le pareció una burla y quiso entrarle a puñete limpio, pero afuera estaba la seguridad del hombre: unos tres grandulones esperaban de pie en diferentes puntos de la casa de su amante. Váyanse al carajo, les dijo y se fue.
Regresó más tarde, armado con un mazo. Se aseguró de que ya no estaba su doble vencedor. ‘Me ganó en la política y me ganó en el amor’, era el pensamiento que lo mortificaba.
Y mazo en mano fue desquitando su rabia. Uno a uno fueron cayendo los bloques que él le había comprado a la hermosa Lula. ‘Ese anexo se va al carajo’, gritaba y golpeaba.
Ya casi terminaba de tumbar la construcción cuando oyó un ruido de auto. El tener el mazo en la mano le dio valor para enfrentarse a los recién llegados. Lula entró en histeria apenas vio su anexo en el suelo. Ninguno le reclamó nada, pero sí llamaron a la Policía.
Lula lo acusó formalmente, por lo que lo detuvieron. Fue allá, en la cárcel, donde llegó a la conclusión de que los electores y Lula, sencillamente hicieron lo que él había hecho toda la vida: Jugarle vivo al prójimo.