El ginecólogo
- jueves 21 de julio de 2011 - 12:00 AM
P oner apodos es parte de la cultura de los pueblos del interior. A una muchacha recatada y muy devota le apodaron Virginona: virgi por su apego a las cosas de Dios y nona porque era alta y flaca. Virginona solo salía de su casa a la capilla y viceversa, de manera que cuando se supo que estaba embarazada, Juan Pueblo le redujo el apodo: en adelante sería simplemente Nona.
Para ’tapar’ la culpa, Nona y Agapito se casaron y emigraron a Chitré, allí vivieron una felicidad aburrida durante dos años, tiempo en el que por efecto de los anticonceptivos Nona aumentó de peso y llenó su silueta de curvas provocadoras. En santa paz vivían hasta que Nona, fiel lectora del periódico del pueblo, se quedó con la espinita después de leer acerca de la posición que ocupan los panameños en cuanto al tamaño de su asunto. Tan mortificada quedó que fue a la tienda y compró una regla con la que hizo muchas mediciones y concluyó que su marido no estaba incluido en ese grupo privilegiado. Desde ese día, empezó a excusarse para evitar la intimidad: le dolía la cabeza, el estómago, el dedo gordo del pie y un sinfín de motivos más que le impedían complacer a Agapito. Fue él quien ideó sacarle un cupo para que la viera un médico. Quiso el pobre hombre acompañarla para explicarle al doctor las dolencias de su mujer; pero el galeno grosero que deseaba irse a su clínica a atender a la clientela privada, les dio una referencia para ginecología.
Leonel Mercado, ginecólogo dominicano, llegó a Panamá contratado por el Gobierno. Era soltero, buena gente y guapo, además de que tenía bien marcado el orgullo africano, propio de los pobladores de las islas del Caribe. Por vocación y por interés de servir, brindaba a sus pacientes un servicio esmerado. También leía, a diario el periódico del pueblo, y luego de varios meses de trabajo en este país privilegiado, casi había llegado a la conclusión de que aquí en Panamá la carga estaba pareja en cuanto al tamaño de los sexos. Una lluvia menuda caía el día de la cita ginecológica de Nona, a la que ella llegó bastante atrasada, pero el médico buena gente no se negó a atenderla. Minutos después, mientras la examinaba, repitió mentalmente: ‘Oh, Jesús alabado, qué es esto, pol Dios...’
Este pensamiento le dejó un gusanito interior, por lo que, también sin necesidad, le ordenó a Nona una serie de exámenes urgentes.
Un mes después, Nona había tenido dos citas ginecológicas, pero no había mejoría en la intimidad de su hogar, al contrario, ahora había empeorado la situación, Nona tenía la mente llena de aires de mar, de islas del Caribe. El galeno, más arresta’o que un coclesano, se atrevió a pedir un encuentro en otro lugar. A pesar de que él no tenía intenciones de ir más allá de una conversación, una comidita y un helado, ninguno supo cómo fue que quedaron en un lugar íntimo, ignorantes de que por allí laboraba la vecina de Nona, que no dudó en avisarle a una comadre malagente, que a su vez le informó al pobre Agapito.
Quiso el destino que llegara justo cuando los infieles salían satisfechos a plenitud... el revolcón fue tan grande que los seguridad casi pierden su chamba por ineptos, Agapito y el ginecólogo protagonizaron una pelea descomunal, tan contundente que los parroquianos la titularon ‘Pacquiao-Mayweather’. Una dama nerviosa llamó a la Policía que finalmente logró restablecer la calma. Después de saldar sus respectivas multas, los dos maridos de Nona fueron liberados, pero ella, que hizo valer el refrán que dice que cuando salta la liebre no hay perro cojo, ya estaba de vuelta en su campiña.
Ha pasado un mes y ya el tiempo hizo su trabajo; Agapito decidió darse una segunda vuelta amorosa, por lo que este sábado irá con la sobrina de la dueña de la fonda donde a diario almuerza, a bailar con la música de Fellón Escudero...
En el lejano pueblito, Nona se la pasa recordando la tarde mágica en la que ella supo lo que era gusto. Y como adonde el corazón se inclina, el pie camina, este sábado, muy temprano, el doctor dominicano se internará en la campiña herrerana de donde regresará con su amada Nona, a quien él apoda Nonona, ustedes imaginarán por qué...