El empijamado

A ún se sentía el olor a hombre en la recámara matrimonial, pero Alcides no dijo nada. Se acostó como siempre, pegado a la pared y pensó...
  • domingo 28 de abril de 2013 - 12:00 AM

A ún se sentía el olor a hombre en la recámara matrimonial, pero Alcides no dijo nada. Se acostó como siempre, pegado a la pared y pensó toda la noche en cómo descubrir quién era el intruso para volarle por completo las vergüenzas, para que jamás volviera a meterse a las camas ajenas.

En ese pensamiento pasaron dos meses hasta que a Vinora, la mujer de Alcides, se le enredó el pensamiento y le dijo al amante que su marido se iba a visitar a la familia del interior aprovechando el largo fin de semana.

‘O sea que puedo llegar tranquilo y quedarme allá todo el fin de semana’, preguntó Aureliano, experto en seducir mujeres casadas, sacarles regalos y, lo peor, no darles ni para el jabón, y mucho menos, pagar un sitio decente donde desahogar sus intenciones. Siempre andaba ansioso, pero no quería gastar en el hotel, prefería correrse el riesgo en la casa de las víctimas.

Llegó a la casa ajena casi al mediodía, con un maletón de ropa sucia, deseoso de aprovechar hasta la lavadora que Alcides había comprado con el sudor de su frente. Se adueñó inmediatamente de la casa. Hizo la cena y luego le dio por revisar la caja de las herramientas de su rival. ‘Hey, este man tiene herramientas de paquete y de buena calidad, y hasta dos de algunas’, le dijo a Vinora, que lo miró seria, porque una cosa era que ella lo dejara entrar a su hogar y otra que se pusiera a revisar cuanta cosa hallaba, pero no le reclamó.

Fue al anochecer que ardió Troya, porque, de repente, Aureliano salió del baño perfumado y con el pijama de Alcides. ‘Quítate esa vaina inmediatamente’, le ordenó ella, pero el intruso creyó que era relajo y siguió haciendo morisquetas imitando a Alcides, a quien él le decía el cholito. Llevaba un rato imitando al dueño de la casa cuando Vinora se cansó y lo amenazó con llamar a la Policía. Aureliano se rio a carcajadas y cuando se cansó dijo que primero muerto que quitarse el pijama ajeno. Y volvió a reírse, siempre nombrando al otro como el cholito.

‘Buen perfume y buena ropa tiene el cholito’, decía mientras revisaba todas las pertenencias de Alcides sin hacer caso de Vinora, quien le pedía de mil maneras que dejara de revisar las cosas de su marido. Fue cuando lo vio abrir la gaveta de los documentos que se le acercó y lo zarandeó exigiéndole que no tocara ni viera nada de lo que había allí.

‘Déjame ver qué es lo que guarda el cholito allí’, dijo y metió la mano a revisar. Se entretuvo tanto vidajeneando cuanto Alcides guardaba allí que así lo encontró la Policía, con las manos en la masa. Lo esposaron enseguida y aunque quiso hacerse el loco, primero, y luego dijo que la propia Vinora lo había invitado a pasar allí el largo fin de semana, los policías no le creyeron y lo sacaron como lo que era, un delincuente.

Un policía mayor lo ayudó a subir al patrulla, justo en el momento que llegaba Alcides, que no andaba por el interior, sino que le había puesto, sencillamente, una cascarita de naranja a su mujer, quien corrió a decirle que ese hombre se había metido a la casa y que por eso la Policía estaba allí.

Alcides la miró interrogante, y fue cuando Vinora recordó que Aureliano llevaba puesto el pijama de su marido. Se sintió perdida, pero siguió luchando y dijo que el hombre se había metido a la fuerza y como un demente sacó ese pijama y se lo puso.

Entraron a la casa enredados en una violenta discusión, que terminó cuando Alcides vio el montón de ropa ajena y de hombre tendida en el tendedero. Le tocó ahora a él revisar la casa en busca de otras evidencias, y pronto encontró en una maleta, la de Aureliano, varias de sus herramientas de trabajo.

‘Pronto te llamará mi abogado para el trámite del divorcio’, le dijo a Vinora, quien tarde se arrepintió de haber llevado al amante a la casa.