El diablo soy yo

Arnoldo tenía pocos años cuando recibió dos dólares por un trabajito
  • miércoles 23 de marzo de 2016 - 12:00 AM

Arnoldo tenía pocos años cuando recibió dos dólares por un trabajito. ‘Dame acá que yo te los guardo', le dijo su madre, y él se los dio, pero meses después, cuando se los pidió para comprarse una cosita, ella lo abrazó y le susurró: ya no los tengo, mi hijito, se los comió la vida. Era él muy pequeño para entender esas palabras, pero se calló su ignorancia y decidió, esa misma tarde, que nunca, que jamás se casaría. ‘Para no tener que darle nunca plata a una mujer', contestó cuando le preguntaron por qué decía semejante barbaridad.

La decisión la mantuvo hasta que el cuerpo le pidió lo que le corresponde, y se lo pidió con tanta urgencia que buscó mujer de asiento, no quiso nada por ahí. ‘Ninguna eventual, esas enferman', decía y se casó apurado con Beatriz, quien, en 20 años de matrimonio, no había tocado plata proveniente de Arnoldo, él compraba lo necesario en la tienda y hasta la ropa y las medicinas, todo, menos darle un centavo a ella, que se aguantaba esa mezquindad por puro amor. Todos en El Chirriscazo sabían que Arnoldo desconfiaba hasta de los bancos, que tenía un ahorrito que cargaba encima de su cuerpo, escondido entre el calzoncillo, y que hasta al baño se metía con su caletito. ‘Ni mi mujer sabe cuánto tengo ni dónde lo tengo, porque yo, Arnoldo Chamapuro, no le doy plata ni cuentas de plata a ninguna mujer', decía en la cantina a la que iba todos los martes, que era su día libre.

Fue el sentimiento auténtico de su mujer el que la animó a pedirle que no saliera esa noche, ‘dame la plata que yo voy a comprar los mandados', decía ella, temerosa de que el marido cogiera rumbo para la cantina en estos días de recogimiento, y se lo hizo saber ‘ay, Arnoldo, mi perico prieto, mi único amor, no salga hoy, mire que estamos en la semana principal del año, son días duros, fuertes, el ‘Malo' anda suelto y más avispado que nunca, con el ojo pelado a ver a quién recoge'.

Una carcajada espeluznante brotó de la garganta de Arnoldo y añadió burlonamente ‘el diablo soy yo, y si ese mamarracho anda por ahí jodiendo, lo invito a que nos tomemos unas pintas, que él pague una ronda y yo la otra y ahí nos vamos, a ver quién de los dos tiene el hígado más cutriñón'.

Y se fue a la tienda, sin importarle la petición de su mujer. Dos veces pensó no pasar por la cantina, pero al final decidió ir. El local estaba casi desierto, en la mesa de siempre el borrachín del pueblo, más allá la dama que negociaba ahí, esta vez sola. ‘Parece que hoy no tendré clientes, porque todos los de tu género son unos maricones, seguro que la mujer les dijo que no salieran a pintear porque es tiempo de guardar', le dijo ella. ‘Cuentos para pendejos, a mí no me agarran en esa, porque el diablo soy yo', advirtió Arnoldo y fue cuando vio que en el bar también estaba Genarino, con quien había medido fuerzas en un pindín. El hombre no lo miró siquiera, pero Arnoldo sabía que quería provocarlo y se le paró al lado, callado pero desafiante. ‘Sírvanle un trago fino a Lucifer', gritó el hombre de repente. Y Arnoldo se llevó la mano al cuerpo enseguida, el enemigo hizo lo mismo y en segundos ambos se desafiaban a gritos armados de filosos puñales. Arnoldo logró rozar al rival, que reculó y buscó la puerta de atrás. ‘Muérete, cabrón', gritó Arnoldo e intentó perseguirlo, pero cayó dominado por el dolor de un puñal clavado en su cuerpo. Hasta ese momento estuvo clarito. ‘Dónde está mi plata', preguntó más tarde en el hospital, ya recuperado. ‘A usted lo hallaron desnudo y casi muerto, apuñalado, pero ni cartera ni ropa traía', le informó un camillero. Y entonces Arnoldo comprendió que la mujer de la cantina había planeado todo para robarle…

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Transado: Tu ahorro se lo comió la vida.

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Orden: Sírvale un trago fino a Lucifer, que yo pago.

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