Dos viudas

Muchos calendarios se habían deshojado desde la tarde ingrata en que Estelvina supo que su marido Javier había embarazado a una pelá.
  • domingo 06 de septiembre de 2015 - 12:00 AM

Muchos calendarios se habían deshojado desde la tarde ingrata en que Estelvina supo que su marido Javier había embarazado a una pelá.

Cuando recobró el habla le dijo al marido: ‘Bueno, Javier, yo no me puedo quedar sin marido ni esa muchacha puede quedarse desamparada y sola con su hijo, así que tráigasela para acá'.

Fueron días duros para Griselda, la intrusa, porque al principio Estelvina la trataba duro, pero fue acostumbrándose a la realidad y, con el paso del tiempo, aquella le celebraba las gracias al niño y había armonía en el hogar, pero solo hasta que Griselda no pudo esconder más la nueva barriga.

Aquí partimos el dulce, pero yo no me voy a quedar sin marido, dijo esta vez Estelvina y mandó a Javier a que le pusiera casa aparte a Griselda, con la que tuvo dos hijos más que los tenidos con su ella, quien callada y pacientemente esperaba la hora de vengarse.

La mucha acción, según un curandero, le jodió la próstata a Javier, que se enfermó y no daba indicios de mejoría, por lo que Estelvina se lo llevó para el hospital.

‘Déjeme quedarme una noche cuidándolo', le suplicaba Griselda, pero Estelvina se mantuvo pareja en que ese deber y ese honor era solo para la esposa.

‘Ay, madrecita mía, llévenme ya para el hospital a verlo otra vez', gritó Griselda cuando llegó la noticia de que Javier había pasado a mejor vida.

Y como loca, corriendo y llorando a gritos, hizo los diez kilómetros que separaban el pueblo del hospital, adonde llegó tarde porque ya Estelvina se había llevado el cuerpo. Regresó a la casa, pero Estelvina estaba plantada en la puerta y no la dejó entrar adonde velaban al difunto.

‘Llegó mi hora, Griselda, no creas que vas a poder verlo, tendrán que matarme', mascullaba Estelvina mientras la otra le suplicaba que la dejara verlo solo un ratito.

Se echó a llorar y quiso arrodillarse, pero unas manos bondadosas se lo impidieron. Aprovechó la repartidera de comida en medio del velorio para tratar de entrar, pero Estelvina le metió una zancadilla y la detuvo.

‘Ya te dije que tendrán que matarme antes', le aseguró. Pero Griselda no pensaba dejarse aculillar y de otro manotazo apartó el obstáculo viviente y entró seguida de Estelvina que se abrazó al ataúd para impedirle el gusto de verlo por última vez.

‘Quítate o te quito; yo tengo derecho a verlo porque también soy viuda, no creas que tú eres la única viuda, somos dos viudas', advirtió Griselda, pero Estelvina seguía aferrada al cajón mortuorio.

Nadie supo cómo comenzó el forcejeo entre las dos mujeres; de repente, la gente se arremolinó en torno al féretro, que entre el tira y jala y la gritería se tambaleaba.

No se supo cómo Griselda pudo levantar la tapa y con una habilidad diabólica sacó el cuerpo inerte del cajón y lo arrastró hacia afuera mientras los acompañantes huían aterrados porque el cadáver, empujado por la intrusa, parecía que caminaba buscando la salida.

En la huida alguien pisó el cuerpo de Estelvina, quien por la impresión cayó desmayada; alguien, para evitar que le dieran una pisada mortal, la agarró y la acostó en la caja, justo cuando llegaban los hijos, quienes al ver a su madre metida allí se imaginaron lo peor y varios se desmayaron; se formó una gran confusión, nadie acertaba a poner orden hasta que la misma viuda volvió en sí y se levantó del ataúd, provocando otro episodio de terror entre los recién llegados.

Entre los gritos se oía la voz de la viuda preguntando incesantemente por el cadáver de su marido, el cual los vecinos fueron a buscar a la casa de Griselda, a la que a viva fuerza separaron del cuerpo frío.

Apenas lo pusieron en su sitio, Estelvina se secó las lágrimas y ordenó con rabia: ‘Llévense ya a este carbón, entiérrenlo a mil pies para que no pueda volver a salirse, él es el único culpable de toda esta vergüenza'.

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Necia: Primero muerta que dejarte ver el cadáver de mi marido.

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Obstinada: Tengo derecho a verlo porque le parí más hijos que tú.