¿Dónde está tu mujer?
- miércoles 23 de julio de 2014 - 12:00 AM
Carmelo llegó feliz a su trabajo y, como siempre, repartió su desayuno entre aquellos a los que la quincena se les acaba rapidito y les tocaba ayunar forzadamente. Pasó cantando hasta media mañana sin sospechar que ese mismo día la vida le estrujaría el corazón y se lo volvería leña. Su desgracia se había iniciado meses atrás, cuando Norita, la esposa de Tiburcio, a quienes él no conocía, derramó accidentalmente el poco arroz que quedaba en el frasco y su marido casi la mata por los granos perdidos. Fue ese incidente el que desató la ira y el deseo de venganza de la esposa golpeada. ‘Lo voy a joder como menos él se imagina, voy a averiguar quién es, dónde y cuándo se encuentran, y también quién es su marido, asolearme por puras pendejadas’, se dijo la abrumada mujer, y más tarde les contó a sus allegadas que ya había comprobado que cuando un marido se pone que todo le molesta es porque anda con otra. Y agregó: ‘Con esta lleva buen rato, desde la Navidad anda mírame y no me toques’.
Tuvo ella que hacer un esfuerzo sobrehumano para no darle a entender que estaba investigando, de manera que después de la golpiza e insultada por el arroz perdido, siguió cariñosa y hablándole como si nada hubiera pasado, tanto que una noche se le ofreció, pero Tiburcio la rechazó, ignorante de que con esa actitud había firmado su sentencia. ‘Este desprecio se lo voy a cobrar con sangre’, sentenció Nora en silencio. Y siguió ‘trabajando’ la venganza, por lo que llegó ese día al trabajo de Carmelo, a quien le dijo sin miramientos: ‘¿Sabes dónde está tu mujer?’. La pregunta dejó sin habla al hombre, por lo que ella misma le contestó: ‘Tu esposa está comiéndose a mi marido en el hotel’.
Tuvieron que ponerlo a oler alcohol por la impresión, pero Nora se mantuvo con él y casi lo obligó a ir al sitio donde estaban los amantes. ‘Véalo con sus propios ojos’, le dijo cuando le abrió la puerta del carro y lo acomodó en el asiento delantero. El diablo, en su permanente ocio y diabluras, les concedió el gusto de encontrarlos cuando salían del hotel, agarraditos de la mano y exhibiendo su amorío. El debilucho Carmelo se transformó con la escena y le cayó a Tiburcio, a quien liberaron a duras penas los tres seguridad. La puñera casi lo deja más ñato, aparte de que le tocó en lo sucesivo usar lentes, porque el ojo derecho no quiso mirar más a las mujeres ajenas. Regresó a su casa solitaria, porque Nora volvió al hogar paterno, convencida de que se le había ido la mano en su afán de vengarse, pero pronto encontró otro amorcito por el que olvidó el incidente. El nuevo amor le prometió fidelidad por los siglos de los siglos.