Dizque Machito

Jo, ta enamoráo
  • miércoles 17 de julio de 2019 - 12:00 AM

Cuando Manrique vio a Leidy le pareció la mujer más interesante del mundo. Todo en ella encajaba en ese ideal físico de mujer por el que se desviven los panameños y cualquier latino. Empezó a enamorarla enseguida y solo mostró ante ella y su familia la parte mansa que habita en cada ser, hasta la manera de hablar era de gente pacífica, nada de esos arranques de rabia que desde niño lo habían distinguido.

Jo, ta enamoráo, decían los parientes, y añadían los de lengua ligera: No, lo que pasa es que dos tetas jalan más que una carreta, déjalo que se las suelten para que lo veas como cambia esa dulzura por insultos. Y tuvieron razón porque una semana después de casado con Leidy empezó a sacar las uñas, estallaba en unos ataques de ira por cualquier tontería.

Si la ropa olía mucho a jabón le desgranaba un rosario de insultos a la muchacha, entre los que iban amenazas de lanzarla al río para que se ahogara o darle tres trompones contundentes: Y cuidado y te saco las muelas, que tengo la mano pesada, le había dicho varias veces, siempre por el mismo motivo: el arroz quedaba, según él, muy duro. Ese detalle le provocaba tanta furia que se llevaba a la muchacha por toda la casa empujándola y con una mano cerrada en forma de puño en alto mientras decía QUIERES QUE TE SAQUE UN DIENTE PENDEJA, APRENDE A HACER EL ARROZ COMO A MI ME GUSTA.

El cuento del diente o la muela menos era tan común que hasta los vecinos ya lo conocían, y fue uno de ellos el que puso a los familiares de Leidy en alerta. Le voy a pagar bien, para que apenas usted lo oiga con esas amenazas me llame para venir con mis hijos a ponerle orden a ese bellaco, mire que amenazar de pegarle a mi muchachita, le dijo el papá a un vecino de Manrique.

El hombre se puso al acecho, con la oreja parada pasaba las horas, porque el papá de Leidy había puesto un buen billete sobre la mesa. Y la oportunidad le llegó pronto, cuando a Manrique se le antojaron unos macarrones que a Leidy le quedaron aguachados, pálidos y con poco sabor.

Esta vez se le fue la mano en insultos y en acción física. Agarró a la muchacha por el pelo y la llevó a la tina de lavar mientras gritaba a vivo pulmón: Ojalá hubiera un río cerca para lanzarte ahí. La llamada del vecino llegó inmediatamente y padre y los dos hijos salieron en estampida.

Encontraron a Leidy abriendo un nuevo paquete de macarrones para iniciar otra vez el proceso de preparación: Los vas a cocinar veinte mil veces hasta que queden como me gustan o ya sabes lo que te va a pasar, decía Manrique a gritos. No vio ni oyó a los cuñados ni al suegro que entraron en estampida y lo acorralaron a punta de puño. La sorpresa no lo dejó defenderse.

Lanzó un par de trompadas y una retahíla de insultos, pero no pudo evitar perder en la refriega un par de lo que Dios solo nos da dos veces, de manera que más tarde, abandonado y sin mujer, tuvo que ir a comprárselos para sonreír, las pocas veces que lo hacía, sin temor. No intentó recuperar a Leidy, prefirió esperar a conseguirse otra con mucha carne, poco carácter y sin hermanos ni padre.

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