- sábado 10 de septiembre de 2016 - 12:00 AM
Perea creyó que podía. Animado por la fuerza de sus entrañas desbordadas por la mala pasión mandó a mejor vida 45 años de vida conyugal y se fue con Rina, a quien admiraba desde muchos años, pero que no había podido levantarse. ‘Ay, amigo de mi alma, yo te quiero mucho, pero como amigo, además, recuerda que yo no como negros', le dijo Rina cuando él se atrevió a decirle que quería un revolcón con ella. Se quedaron así por mucho tiempo hasta que por azares de la vida se reencontraron trabajando por allá, por esas provincias donde hasta tomar agua potable es una odisea.
El entusiasmo fue grande para ambos, él sintió que renacía la esperanza de comerse una cuca blanca, y ella porque andaba corta de fondos y sabía que si ella soltaba él soltaría chenchén. Empezaron con un coqueteo de una vez por semana, Perea la visitaba a escondidas de su mujer, y hasta él mismo quedaba sorprendido de su desempeño y de su vientre insaciable. Cada encuentro le disparaba las ganas y eso lo ponía de un malhumor insufrible; en el hogar se desvelaba porque su cuerpo le exigía la cuca blanca y sus manos solo añoraban posarse sobre las nalgas descomunales de Rina. No pudo con el insomnio ni con las ganas revueltas; el colapso matrimonial vino cuando su esposa se atrevió a sugerirle que fuera al médico o que se acogiera a su jubilación. ‘Estás enfermo porque ya tu cuerpo no da para más, uno se cansa, ya criamos a nuestros hijos y hace cuatro años que debiste jubilarte, mañana mismo vamos a llenar los papeles, no sea que te mueras trabajando y sin necesidad, mi viejo lindo', le dijo tiernamente la esposa, pero Perea se violentó, que le dijeran viejo a él que todavía volaba cintura como un adolescente fue demasiado y le gritó: Mañana mismo vamos a llenar los papeles del divorcio, yo no estoy viejo, la vieja serás tú, yo todavía puedo responderle con todo a una mujer, y para que lo sepas, por boca mía, me voy con otra, mañana saco mis cosas y que te lleve el diablo, viejos tu papá, tu abuelo y tus hermanos'.
Se fue al día siguiente, entusiasmado con iniciar su luna de miel con Rina. El ajetreo íntimo fue intenso la primera noche, la segunda disminuyó un poco porque a Perea le entró una debilidad y aunque quiso pararse como Piñango para responderle a la hembra ardiente y desnuda que en la cama lo esperaba, no pudo. Se repuso la noche siguiente, pero solo pudo lidiar un asalto bravo que lo dejó roncando hasta las nueve de la mañana. Por primera vez llegó tarde al trabajo, algunos comentaron que estaba demacrado y ojeroso. ‘Es que usted ya no está para trotes de luna de miel', le dijo su secretaria, quien recibió por respuesta un manotazo sobre el escritorio y un ‘será su papá el que no aguanta esa batahola, yo sí porque soy un negro que le hago honor a mi sangre, es más, no solo la aguanto con mi nueva mujer, soy capaz hasta de hacer un trío y desencuadernarlas a las dos'. La subalterna prefirió callarse y así estuvo hasta el mediodía, cuando entró al despacho de Perea para que él le firmara una carta. Lo halló dormido con la mano sobre el pene otoñal. Salió apresurada y le contó el incidente a varios, quienes opinaron que, definitivamente, al don no le venía bien la cogedera diaria. ‘El tiempo no pasa en vano, yo tengo cinco años menos que él y yo puedo hacerlo una vez por semana o cada diez días, pero al día siguiente esa vaina no se para ni con una grúa', dijo un compañero y los demás asintieron con la cabeza sin decir nada porque vieron que Perea salía de su oficina. Caminó hacia la escalera y bajó, lentamente, un peldaño, doblegó el segundo escalón, pero no pudo alcanzar el tercero porque su cuerpo se dobló hacia adelante y apenas pudo pronunciar ‘me muero'.
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Sentencia: Carne blanca=perdición del negro.
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Advertencia: Cuidado y se te queda ese viejo en la subida.