Cuñadito mío

Me tocó a mí levantarme a la fuerza para animarlo a él a seguir la vida
  • jueves 23 de marzo de 2017 - 12:00 AM

Cuando mi mujer me dejó, yo perdí las ganas de vivir. Tuvieron mis padres que llevarme al médico porque mi desamparo era del tamaño del mar: nada ingerí en una semana, derrumbado hasta casi la muerte. Mi garganta se cerró negándole el paso a cualquier sustancia que me permitiera sobrevivir al dolor; mientras mi mamá me suplicaba con amor para que me levantara, mi padre me reprendía con palabras groseras: ‘No seas tan pendejo, quedan otras mujeres, y muchas, y si te tocó una perra, eso no significa que todas sean así, ponle pecho al sufrimiento y párate como hombre que los tiene bien puestos, esa lloradera es de babiecos, NINGUNA MUJER vale una sola lágrima de hombre, esa puta debe estar volando manduco con el otro, feliz y caliente, si no te levantas hoy yo mismo te voy a sacar a la fuerza de esa maldita cama, un macho hijo mío llorando a la putita que se le fue con otro'.

Y tuvo que sacarme de la cama, una semana después, y en brazos, pero para el hospital, porque mi madre le rogó que me pusieran en manos médicas antes de que yo muriera de amor. Al nosocomio llegó mi cuñado, el único hermano de mi ex. Yo me alegré tanto cuando lo vi, y le dije: ‘Luisito, vienes a traerme algún mensaje de Elena'. Mi cuñado me tomó la mano, callado, luego noté que lloraba y me dijo en voz bajita que Elena se había ido para Chiriquí con el nuevo marido, y que le había dicho que yo ya era parte de la historia y que me buscara otra cuanto antes. ‘O sea que ya eres un periódico de ayer', me dijo Luisito cuando terminé de llorar. Se quedó conmigo todo el día, sobándome la cabeza, hablándome, animándome a abrir mi corazón a otra ilusión. ‘El corazón nunca se da por vencido', me dijo. Y añadió: ‘Mírame a mí, quedé vuelto leña cuando mi esposa se fue con el vecino, pero fui poquito a poquito hasta que me levanté de las cenizas. Me contó más de cien anécdotas de esposos cambiados por otro.

Mientras estuve en el hospital, Luisito fue todos los días a verme, cuando salí, me visitaba en la casa de mis padres, a diario, ya era parte de la familia, y yo, al igual que mi madre, esperaba su visita, su presencia y su charla eran un bálsamo para mi alma en pena. La gente empezó a comentar sobre las visitas de Luisito, quien me decía ‘tú puedes ir a mi casa también, recuerda que para mí, tú fuiste, eres y serás por siempre mi cuñado, el otro no'. Aunque era un consuelo tonto, yo me reanimaba cuando él me decía esas palabras. Solo a mi papá le molestaba la presencia constante de Luisito. ‘Parece maricón, y ese apodo, Luisito', repetía cuando mi cuñadito se iba. Una noche, dijo: ‘No quiero ver más aquí a ese amanerado'. Mi madre lo defendió como un leguleyo, y terminó diciéndole a mi padre: ‘Ingrato, eso es lo que eres, gracias a ese muchacho nuestro hijo se salvó de morir de amor, y no le digas maricón, eres un malagradecido, por algo dicen que el infierno está lleno de ingratos'. Discutieron como nunca, y mi padre llamó a Luisito para prohibirle que volviera a la casa, y, efectivamente, no volvió, pero el nuevo amanecer nos sorprendió con la noticia de que mi madre no estaba en el hogar, se había ido con Luisito a, según decía en su carta de despedida, conocer la felicidad marital en los últimos años que le quedaban de vida. Fue un golpe brutal para mi papá, quien cayó en cama desmoralizado por completo. Me tocó a mí levantarme a la fuerza para animarlo a él a seguir la vida. Nunca le dije las palabras duras que él me decía a mí, pero comprobé que es muy fácil hablar de coraje a quien ve los toros desde la barrera. Una cosa es vivirlo y otra es decirlo.

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