Chúpeme los dos

Esa fue la leyenda que tejieron los parroquianos cuando Pastorino sufrió el tercer fracaso matrimonial
  • sábado 19 de enero de 2019 - 12:00 AM

El plazo se le venía encima a Amaranta, quien estaba clarita en que invertir en la educación de su hija no era un lujo, sino una necesidad, por lo que hizo de tripas corazón y marcó los ocho dígitos de don Pastorino, el único macho que ella se atrevía a considerar para agenciarse los panchitos que le faltaban de la matrícula de su pelá. ‘Cualquier cosa que no sea robar, pero mi hija no se va a quedar sin su escuela porque al padre le picó el h… y se largó con otra', sentenció Amaranta, y la confidente la animó: Dale, amiga del alma, dale que pa'lante es pa'llá, además, seguro que será un bisté de dos vueltas, a él lo dejaron sus tres esposas y la gente dice que fue porque el de abajo no le arranca.

Esa fue la leyenda que tejieron los parroquianos cuando Pastorino sufrió el tercer fracaso matrimonial; varios trataron de que las esposas les desmenuzaran los detalles de por qué lo dejaban, pero estas se portaron como unas damas en el más auténtico sentido de la palabra, y contestaron tajantemente: Diferencias irreconciliables. Y como el morbo es más fuerte que cualquier pensamiento crítico, los interesados no valoraron que con cada esposa había tenido hijos, y corrieron el rumor de que Pastorino no las podía complacer porque no lograba ni siquiera una erección blanda, nada de nada, cero-cero, decían como si tuvieran la certeza de que esa era la condición del abandonado, sobre el que cayó la sombra de que como hombre estaba inservible, y le tocó quedar condenado a que ninguna mujer del pueblo se interesara en él.

Pero, cuando la pena del tercer abandono cedió, Pastorino empezó a sufrir las necesidades del cuerpo y decidió que debía buscarse una amiguita, alguien con quien compartir unas horas de cama, ‘un regocijo una vez al mes', pensaba él, y al repasar todas las posibilidades supo que eran pocas, sus tres ex eran del pueblo, y aunque ya no vivían ahí sí tenían una parentela larga, lo que significaba mujeres intocables para él.

No le costó entrar en conversaciones con Amaranta, porque en los primeros días del abandono conyugal, ella se lo encontró en el minisúper y desahogó su corazón adolorido con él, segura de que quien ha vivido una pena similar está más dispuesto a oír esas lamentaciones.

‘Cómo está', le dijo apenas se la encontró y ambos vieron, sin decírselo, el cielo abierto. Trataron esa misma tarde, quedó ella en esperarlo en una parada de esas poco concurridas. ‘Solo para evitar comentarios, yo soy una mujer libre y usted también es libre', dijo Amaranta cuando se subió al carro, un tanto inquieta por la nueva sesión.

‘Si es cierto que ya no lo levanta, no tengo idea de cómo será el asalto', pensaba Amaranta y le daba un cierto temorcillo de enfrascarse en un cuerpo a cuerpo con Pastorino, quien desmintió los rumores apenas entraron, se desnudó a millón y aquel le quedó como el de un chiquillo en plena reventazón, y pasó el primer momento sin ningún indicio que confirmara lo que de él se decía.

Hasta ese momento todo fue cordialidad entre ellos, pero cuando Pastorino pidió que le lamiera los pies, ella se negó y le gritó que jamás haría semejante cochinada. ‘Yo le voy a pagar lo que usted me pidió, así que cumpla, chúpeme los dos pies, dedo por dedo, y métame bien la lengüita por todos los recovecos de mis pies', exigió Pastorino, y puso sus pies sobre una almohada y la haló para que ella empezara a chupar las extremidades.

Empezaron el forcejeo, ella a que no, y él obsesionado con que le acariciaran con la lengua sus pies, y como Amaranta se resistía, Pastorino se llenó de ira e intentó por la fuerza que ella le cumpliera su deseo, lo que logró a medias, porque ella pudo zafársele y corrió al baño a vomitar. Ahí se encerró y no salió hasta muchas horas después, cuando la sacó el personal de la administración. ‘Con razón todas dejaban a ese puerco', comentó ella luego.

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